viernes, 25 de enero de 2013

Capítulo II. El francés


En un esmerado castellano Armand despidió al taxista y entró al hotel con todo el sigilo del que fue capaz. No tomó el ascensor, prefirió las escaleras. —Estarán menos concurridas —Pensó. Era evidente que no quería que nadie pudiera identificarlo, para eso también había elegido un traje bastante anodino pero cierta elegancia en sus movimientos lo delataba.

Esperó varias horas casi a oscuras en su habitación mientras miraba en silencio insistentemente al teléfono. Tenía que estar alerta y evitar quedarse dormido. Estaba convaleciente y su estancia en el hospital lo había debilitado. Tenía que recuperarse, recuperarse…pronunció estas palabras al tiempo que no pudo evitar quedar profundamente dormido.

Sobre la cama, tenuemente iluminada por las farolas de la calle, se adivinaban varios pasaportes y alguna cantidad importante de euros. También había algunos cientos de dólares junto a su chaqueta gris. Ahora Armand dormía plácidamente en un cómodo sillón de orejas en una agradable habitación de hotel.

Se deslizó una sombra junto al balcón de su habitación. El rayo de luz casi naranja que entraba desde la calle se interrumpió brevemente a su paso. Quien quiera que fuese tenía un cuerpo atlético que había embutido en ropa oscura y muy ajustada. Se movía en silencio, y en silencio abrió la puerta de corredera del balcón al tiempo que apuntaba con un revólver directamente a la cama del francés. Un intenso destello despertó a Armand incluso antes de oír la detonación. La sombra salió rápidamente por donde había venido.

—Buenas noches Don Gilbert, debe disculparme, pero algunos clientes han oído un fuerte ruido y… —El francés lo interrumpió con un gesto, y sin decir palabra alguna señaló hacia el suelo mostrándole una estantería que adecuadamente había colocado en el suelo junto a varios libros y alguna botella. Luego añadió con una inusitada tranquilidad –—Lo siento, ha sido un pequeño accidente —La noche se hacía espesa y peligrosa. Lo habían encontrado y debía tomar rápidamente alguna decisión.

***

En el otro lado de la ciudad Elena no podía dormir por más que lo intentaba. Con el pulso ya firme pero con su corazón marcando con fuerza el ritmo de los segundos sostenía la nota de Gilbert que leía una y otra vez:

Te deseo lo mejor para tu salud.
Necesito tu ayuda. 
Estaré dos semanas en el Hotel Atlántida. 
¿Puedes hacerlo?
Un beso tierno.
Gilbert.

Todo su pasado se le desataba en un torbellino de sensaciones al ritmo de los latidos de su corazón. ¿Por qué no? Tenía que intentarlo. Estaba decidida.

Sus tacones resonaban con determinación en el silencio de la ciudad mientras caminaba hacia el hotel. Esperaba que el recepcionista le hubiera dejado a Gilbert su mensaje. No podía esperar más. Venía soñando, sólo soñando, desde hacía ya muchos años en algo así. El destino le presentaba un reto mientras sus ojos se tornaban rojos y ámbar primero o verde esmeralda después al ritmo caprichoso de los semáforos de cada cruce. Necesitaba desesperadamente algo de tiempo para pensar, pero sólo podía dominar a ratos su ansiedad esperanzada.

Reconoció desde lejos la silueta de Gilbert en la acera frente a la puerta giratoria del hotel. Armand esperaba ver a Elena descender de un taxi. En apariencia tranquilo comenzó a andar a ninguna parte cuando el silencio de la noche le llevó el rumor de unos pasos de mujer; se giró lentamente y allí estaba Elena que se había detenido a escasos metros de él cuando con una sonrisa irresistible le dijo en francés, casi susurrando: Bonne nuit ma chère Elena Ella quiso guardar aquella imagen para sus recuerdos y prolongó algunos segundos el silencio mientras observaba a Gilbert delante de una florida buganvilla bajo las luces cambiantes de la ciudad dormida.

***

Capítulo I

Suavemente entraron los primeros rayos de sol que presagiaban un hermoso día, suavemente entraron filtrándose por la cueva donde había dormido confortable y plácidamente... Me dirigí a la entrada para admirar el amanecer, que parecía haber nacido tan sólo para mí, la playa de arena, el agradable son con que las olas acunaban y masajeaban la orilla.

¿Cómo era posible que yo me encontrara tan bien?, si ni siquiera sabía por qué estaba allí, cómo llegué ni con quién. Había pasado unos cuantos días viviendo en aquella cálida cueva sola, pero sin sentir soledad, sin padecer hambre ni miedo, la verdad, es que me sentía más viva y libre que nunca. Me puse el chal negro y paseé por la playa pisando la arena fría y dejando las primeras huellas sobre ella. Respirar la brisa fresca y salada me liberaba de cualquier tristeza que me hubiera anidado anteriormente. Al llegar al final de la playa, volví sobre mis pasos mirando hacia la arena, alguien agarró mi mano con fuerza y sentí un pinchazo que me dejó helado el corazón.

Hoy, primer día del año en una fría y triste habitación de hospital, sola. Llevo dos semanas ingresada. Me despierta una enfermera al intentar cogerme una vía en el brazo derecho, pues el izquierdo no admitía una nueva intentona. Con tanta sangría, procuro cerrar los ojos y seguir recordando el maravilloso sueño en la playa, el bienestar que fabricó mi fantasía.

-Buenos días Elena, ¿cómo te encuentras hoy? -me pregunta Isabel, la enfermera que me estaba atendiendo con suma delicadeza. La miré y le sonreí, pero no con mi mejor mirada ni mi mejor sonrisa, porque hoy era un día muy especial, y yo me encontraba débil aún, con el ánimo bastante encallado.

Las mañanas en el hospital pasan rápido entre desayuno, limpieza de habitación, pruebas y la visita del médico, justo hoy me ha dicho que todo va mucho mejor, el accidente de tráfico que sufrí no me dejará secuelas, podré empezar más pronto de lo que creía a hacer mi vida normal e instintivamente me abracé a él y le planté el mejor de mis besos en su mejilla.

Como todas las tardes llegaron las visitas de familia y amigos, esos que te quieren de verdad, cada vez me traían más libros para leer, cuando les conté la noticia se revolucionaron, gritaron, rieron y me felicitaron todos a la vez. Me consolaban con palabras dulces, me encontraban guapísima y solucionaron todos los papeles burocráticos de pólizas, seguros, etc...Tuve también alguna visita que otra de anteriores ligues, que con sus miradas parecían decirme que lo podríamos intentar otra vez. Los pobres... se les notaba en sus ojos cansancio y ojeras, claro después de trasnochar para celebrar el fin de año... Yo hubiese estado bastante peor, seguro.

Ya iban a dar las ocho, hora en que termina la visita y poco a poco se fueron despidiendo. Las salas empezaban a vaciarse y el silencio se iba apoderando de la planta entera. Yo también deseaba descansar, sobretodo para conciliar, si fuera posible, otro mágico y reparador sueño. Me trajeron la cena, después leí un poco y cuando empezaba a embelesarme acurrucándome entre las sábanas, escuché unos tímidos toques en la puerta, se abrió ligeramente y entró despacio un hombre en pijama de hospital, alto y desgarbado, cojeando se acercó hasta mi cama. Me sorprendió la belleza de su rostro simétrico y proporcionado, con encanto y personalidad. Me incorporé y estuve a punto de tocar el timbre, podía ser un chalado o un asesino, no se cuántas cosas pensé a la vez y mi cuerpo temblaba hasta las uñas de los pies. ¿Qué hace aquí?.. mi voz brotó tímida y quebrada ¿quién eres?... ¿qué quieres?. Me sonrió y comenzó a hablarme chaporreando el español con mucho acento francés, su atractiva voz era grave y profunda, a duras penas le pude entender que se llamaba Gilbert, tenía 34 años, cinco más que yo, vivía en un pequeño pueblo de la Bretaña francesa de nombre Lannion, con una hermosa playa... inconcientemente pensé en la playa de mi sueño. Dijo que me había visto varias veces recorrer el pasillo con mi gotero a rastras y se desconsolaba al verme rodeada de gente.

Oímos los pasos del enfermero de turno y rápidamente se despidió con un beso, apretando mis manos con delicadeza. Adiós Elena y se fue.

Esa noche no soñé, el rostro de Gilbert anulaba cualquier otro pensamiento.

Al día siguiente, en cuanto pude, le pregunté a Isabel por qué había ingresado Gilbert en el hospital y con una sonrisa un poco socarrona me respondió que había sufrido varios traumatismos al caer cuando escalaba el Teide en solitario. "Éstos giris locos", aunque muy guapo, ¿no?..¡Tiene enamorada a la mitad de la planta!.

Hoy, a las tres de la tarde me daban el alta, recogí mis cosas y salí de la habitación en busca de Gilbert, sabía que estaba en la 525. Toqué y entré, pero no había nadie, la cama estaba recién hecha y el cuarto limpio. Me dirigí al control de enfermería, pregunté por él y me dijeron que había pedido el alta voluntaria, se había marchado precipitadamente, pero había dejado una carta para mí.

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jueves, 24 de enero de 2013

¿Ya estamos todos? En una semana empezamos con el primer capítulo. Recordad el miércoles 30 de enero "arrancamos".