domingo, 17 de febrero de 2013
Capítulo VI
No quiero tomar una decisión precipitada y son demasiadas las preguntas y los sentimientos que asimilar; ya ni quiera sé que pensar de Armand; voy a dar un paseo, aunque esa no sea la decisión más segura en estos momentos. Mientras caminaba, seguía dándole vueltas al destino que tomaría, así evitaba el resto de pensamientos. Una hora después y sin tener nada claro aún, volví a casa, quizás fuera mejor intentar descansar y dejar para mañana la solución de mis problemas. Preparé un baño caliente, y cuando comenzaba a relajarme y a tomar consciencia de mi respiración y dejar a todo el mundo aparcado a un lado, otro flash en mi mente, y el nombre de Alfred, mi primera intención fue ignorarme a mí misma, quizás ahora todos los nombres que había escuchado en mi vida me vinieran a la cabeza como revelaciones…pero inevitablemente y en unos segundos, ya había cerrado los ojos e intentaba concentrarme para intentar recordar quién era él. Me fui a la cama sin éxito, nada de Alfred, en mi memoria, tomé la medicación que me habían indicado, casi con la esperanza de que mi subconsciente volviera a revelarme algo y me sumergí en el sueño, contradictoriamente profundo y a la vez con esa sensación de no haber dejado de pensar en todo lo acontecido. Y ahí estaba de nuevo ese tal Alfred, guapo, alto, moreno y sus ojos negros como la noche y fríos como el hielo, me decía que volviera a Francia, nos encontraríamos donde siempre. Desperté del sueño agitada pero con la certeza de que era a Montmatre donde quería Alfred que nos encontrásemos. No pude seguir durmiendo, ya sabía donde iría a Montmatre (Francia), cogí un libro y leí hasta que amaneció.
Sobre las 9, me arreglé y salí a la calle, no me encontraba cansada pese a no haber pegado ojo, mi objetivo, encontrar una agencia y encaminar mi destino hacia un lugar, Montmatre, no podía dejar de repetir mentalmente ese lugar, Montmatre, Montmatre. Cuando salí de la agencia ya tenía en mi mano los billetes que me llevarían a Francia.
Con cierto remordimiento y a pesar de que habíamos quedado en no tener más contacto, me dirigí a un teléfono público y llamé al hotel Atlántida, con la esperanza de poder hablar con Armand. Sí que estaba, aproveché la sorpresa y la desconfianza de su silencio inicial para anunciarle que en un par de días volaría a Francia, un segundo más de silencio y del otro lado del teléfono parecía que hubiera otra persona, su alteración era tal que pensé colgar, no paraba de decirme que volviera a la agencia a cambiar el billete, pero yo estaba decidida, no sabía cuánto, o si lo supo, porque acto seguido, cambio su tono de voz, y como si supiera de sobra que de esa forma no me convencería, intentó suavizarlo y comenzó de nuevo.- Elena, piénsalo bien, si te vas puede ser peligroso, e incluso doloroso para ti, si sigues recordando a esa velocidad, no creo que Francia sea el lugar donde debas ir de momento, replantea otros lugares primero, ¿no entiendes que solo quiero protegerte?-
- Lo siento – dudé como llamarlo- Gilbert, la decisión está tomada, vuelvo a Francia, hay algo potente que empuja a tomar ese destino- mi voz sonaba segura- antes de irme he de hacer algunas compras y solucionar algún papeleo, ¿te parece si nos vemos mañana en la Plaza del Príncipe y tomamos una cerveza juntos?- no respondió- A las 12 estaré allí – le repetí, y colgué.
No me encontraba mal, más bien todo lo contrario, pasé el resto del día con los preparativos del viaje. Esa noche, dormí profundamente, el cansancio era demasiado.
Al día siguiente, salí temprano, tenía muchas cosas que solucionar antes de partir, a las doce menos algo me acercaba a la Plaza del Príncipe y no pude evitar una sonrisa de oreja a oreja, cuando me encontré que en una mesa de la terraza ya estaba Armand esperándome con dos cañas frías, recién pedidas.
No supe como saludarlo pero opté por seguir en la línea de la cordialidad y no ser cariñosa, pese a que me apetecía cuanto menos darle dos besos y un abrazo, opté por sentarme, sonreírle y tocarle el brazo en un gesto amigable. El no sonreía, con solo mirarme supe que se debatía entre la ira y la tristeza, me invitó a recapacitar nuevamente, a reconsiderar mi decisión, pero él sabía que no lo haría.
- Lo siento Gilbert, tengo que ir, espero que esto no sea una despedida y volvamos a vernos, yo también estoy muy preocupada por ti, sabiendo que te quedas aquí – por favor, deséame suerte- asintió y su expresión era ya solo de tristeza. Lo miré a los ojos una vez más, me levanté y me fui, no pude contener las lágrimas en cuanto me di la vuelta y decidí no volver la vista atrás, era muy doloroso despedirme de Armand y tampoco era la primera vez que lo hacía.
Dos días después me encontraba en el aeropuerto Tenerife Sur con destino Charles de Gaulle, París. Fue un vuelo tranquilo y a mi llegada me sorprendí nuevamente dirigiéndome con determinación primero a por mi equipaje y luego a tomar un taxi, sonreí, porque me sentía bien allí, y porque aunque de forma algo oxidada ¡hablaba francés!, la gente debía pensar que estaba loca pero no podía parar de reír. Pedí al taxista que me llevara a Montmatre, el trayecto fue reconfortante, “volvía” a ver monumentos y lugares que de alguna forma estaba echando de menos, las calles de París, las plazas, aquellos palacios, los campos Heliseos y como si me diera la bienvenida la imponente torre Eiffel, la belleza de todo aquél conjunto era inexplicable. Llegué al barrio de Montmatre y el taxi me dejó justo delante del hostal que había reservado en la agencia, ya en mi habitación me duché, tomé un aperitivo y descansé. Al atardecer, salí a dar un paseo, llegué a la Place de Tertre, los pubs, los cafés de época y todos aquellos artistas exponiendo sus obras, todo aquel aire bohemio, me encantaba y no era nuevo. De repente escuché mi nombre.
- ¡Elena! ¡Elena!
Me asusté y dudé si girarme o no, sonaba más bien cerca, pero barajé la opción de salir corriendo, pese a todo me giré y divisé a una chica que sorteaba a paisanos y turistas con total naturalidad, me saludaba desde un puesto de bonitos lienzos todos ellos con diferentes series de la torre Eiffel. Agitaba el brazo y avanzaba sin alejarse del puesto, me hacía señas para que me acercara, y como me resultó tan familiar aquella chica joven, rubia y pecosa que me llamaba con tanta alegría me dirigí hacia ella igual de contenta.
- Eleeeenaaa…¿qué te pasa? No me viste o ¿qué? ¿cuándo has llegado? ¿por qué no has llamado?...Elena…por qué me miras así…
- Lo siento, lo siento de verás, no sé quién eres, probablemente te conozca porque me resultas muy familiar…pero no puedo acordarme… - mis palabras sonaban ansiosas…- Tuve un accidente… y perdí parte de mi memoria, vengo de Tenerife, y cada vez estoy más segura de que aquí está la clave para que comience recordar.
Ella me miró con aire de tristeza y decepción:
- ¿probablemente me conozcaaaaz? Elena cariño, me conoces y mucho, créeme, vamos a la cafetería, creo que François podrá echarle un ojo al puesto un rato- ¡François, s'il te plaît! – y le hizo un gesto al señor del puesto colindante.
Entramos a una cafetería muy pequeña, algo apartada y muy acogedora, sonreí porque también conocía el lugar, los dependientes me miraban familiarmente y me sonreían, me sentía bien allí. Nos sentamos en una pequeña mesa rodeadas me mucha gente conocida, no había casi turistas en aquel local.
- ¿en serio no te acuerdas de mí? – negué con la cabeza- ¿ y de Alfred? – al escuchar el nombre un escalofrío recorrió mi cuerpo- nos conocimos nada más llegar aquí y juntos hemos explorado París desde que llegamos- me miró dulcemente con sus grandes ojos verdes y con una pícara sonrisa continuó- para recordar a Alfred lo mejor será que mañana vayas a Le mur des je t'aime, (La Pared de los Te Quiero), al lado de la plaza des Abbesses…
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