miércoles, 27 de febrero de 2013

Capitulo IX

Nada más ver su rostro, recordé de golpe muchos momentos alegres vividos con él en aquellos días de turismo por Paris, sus bromas, sus carantoñas…

De repente noté que veía borroso y los gritos de la gente zumbaban en mis oídos, sin distinguir lo que decían, hasta que me desplomé en el suelo cerca del cadáver.

Cuando volví a abrir los ojos, me encontraba en la cama de un hospital y un enfermero me tomaba la tensión. Logré entenderle en francés que el médico vendría pronto a hablar conmigo. Me sentía aturdida y sin fuerzas, agotada. Tenía mucho sueño pero antes de volver a dormirme, oí una voz suave y tranquilizadora:

-Señorita, ha sufrido una bajada de tensión y ha perdido el conocimiento; ahora la tiene estabilizada ¿Cómo se encuentra usted?

- Bien-balbuceé-algo cansada. Además yo conocía al hombre que murió en el accidente.

-¡Oh si! Era muy joven, una auténtica desgracia…¿Y está sola aquí o podemos llamar a alguien que venga a buscarla?

-Sí, tengo una amiga a la que podrían llamar, en mi agenda tengo su número de móvil…

-De acuerdo ¿Se encuentra con fuerzas ahora? Porque tengo que darle una noticia importante.

-Sí, estoy bien, sólo necesito descansar ¿Por qué? ¿Pasa algo malo?

-No, no es nada malo, según se lo tome usted, puede ser una gran alegría…

- ¿A qué se refiere, doctor?

- Le hemos hecho varios análisis y su desmayo, además de por el shock lógico debido a ver a su amigo en ese estado también obedece a que usted está embarazada.

- ¿Cómo? ¿Está seguro, doctor?

- Sí señorita, está usted de seis semanas de gestación. Quédese tranquila descansando en la cama, mientras llamamos a su amiga para que venga a buscarla.

Ahora entendía por qué había estado tan dormilona las últimas semanas, aunque yo lo había relacionado con mi accidente. A mi mente vinieron las imágenes de aquella preciosa noche que pasé con Armand en el hotel, justo antes de mi regreso a Tenerife. Las fechas coincidían, había pasado aproximadamente un mes y medio…No acababa de creérmelo ¡Llevaba un hijo suyo en mis entrañas!

Cloé no tardó mucho en llegar al hospital y tomamos un taxi hasta el hostal de Montmartre. Ella también estaba muy conmocionada por la noticia de la muerte de Alfred, por lo que no me pareció adecuado aún contarle nada de mi embarazo.

Los días siguientes los pasé durmiendo y comiendo, en fin, descansando y reponiendo fuerzas.

También tuve que ir varias veces al hospital pues el médico que me atendió me quiso hacer varias revisiones antes de darme el alta definitiva. Siempre estaba muy atento conmigo y creo que, a pesar de la diferencia de edad, se interesaba demasiado por mí.

La última vez que fui a verle antes de darme el alta insistió en que fuera a su casa a cenar para celebrar la despedida y mi estado de buena esperanza. Aunque me caía bien y había sido muy galante conmigo, veía fuera de lugar ir a su casa, así que le di largas…

Esa tarde, al volver al hostal, llené la bañera y me relajé en el agua calentita. Tenía que pensar que iba hacer con este niño, tenía claro que quería ser madre aunque en este momento estuviera sola. Pero tenía la ilusión de reencontrarme con Armand algún día pero ¿Cómo lo podría localizar?

Al salir de la bañera, mientras seguía inmersa en estos pensamientos, escuché un sonido que provenía del dormitorio. Al acercarme, me di cuenta que salía de mi bolso y busqué apresurada e intrigada en el interior de uno de los bolsillos. Hallé un pequeño frasco metálico y cilíndrico que emitía el ruido y una luz roja intermitente. Quedé atónita pues no tenía ni idea de qué podía ser dicho artefacto. Lo que más me alarmó fue el símbolo de riesgo biológico que visualicé por fuera. Caí sentada entre muebles de la habitación. Comenzaron a venir imágenes aceleradas como sueños que se entrecortaban entre destellos de luz y como un flash recordé el último encuentro con Armand en la plaza del Príncipe. Sólo intentaba buscar de qué manera había podido terminar ese dispositivo en mi bolso, qué podía contener y cómo diablos apagarlo. No tenía respuesta. Únicamente se me ocurrió meterlo en la nevera para no oírlo más y poder pensar. Pero por arte de magia el frasco, al sentir el frio congelante, se apagó el sonido. Ya entrada la noche y después de tanto pensar, recordé la invitación del doctor Leonard, tal vez él podría darme alguna pista sobre este artefacto. Por esta noche es suficiente, así que decidí dormir y no darle más vueltas a este asunto ¡Mañana intentaré averiguar más!...


1 comentario:

  1. Pues magustao. Claridad y seguridad del relato -muy difícil, al menos para mí-. Amor e intriga...y ese recurso de la nevera... ¡Ah! Si las neveran hablaran...Con la mía tengo un pacto de silencio. Besos. Ramón

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