miércoles, 27 de marzo de 2013

Capítulo XVI


Recogí la llave y el sobre, mirando horrorizada como se le escapaba la vida a Miriam, despacio me incorporé, y como si estuviera soñando empecé a caminar con pasos rápidos, esperaba llegar a un lugar tranquilo para poder mirar lo que contenía el sobre y dónde utilizar la llave. Cuando llevaba unos minutos caminando sentí que alguien me seguía, volví la cabeza por sorpresa y allí estaba, era Said el que iba tras de mí. Su aspecto era furioso y al darse cuenta que lo había descubierto, se apresuró para alcanzarme y en décimas de segundo se encontraba frente a mí apuntándome con un arma, estábamos en plena calle, ambos estábamos muy nerviosos y de repente comenzó a hablar…

- Elena, cumplo órdenes del señor Leonard, con tus amigos no tenía opción…pero tú, tú,…eres especial, preferiría no tener que apretar el gatillo. Entrégame el sobre y la llave y huye. Le diré que al dispararte caíste al mar…, no vuelvas a salir de la isla. Aquí ya nada tenemos que hacer. Todos nuestros objetivos han sido derribados, con el sobre y la llave en nuestro poder, no tenemos que volver…- se mantuvo en silencio, sin saber que más decir, se notaba que la situación le superaba, estaba improvisando.

Y en lugar de aprovechar la situación para poner en orden mis ideas y hacer algo que me pusiera a salvo una vez más. La rabia, el dolor y las imágenes de Albert y Armand sin vida, que no podía sacar de mi mente me bloquearon. No pude evitar que me saliera la voz desde lo más profundo de mis entrañas.

- Si crees en la más mínima posibilidad de volver a tenerme entre tus brazos, dispara. Si tienes algún tipo de sentimiento por lo que para mí fue un simple acto de supervivencia mátame ya. No voy a darte este sobre, ni la llave. Mis amigos no habrán muerto en vano y si realmente quieres volver a Francia con todo resuelto ¡mátame!, ¡mátame! ¡mátame!...cada vez chillaba más, estaba como loca, poseída por la rabia- y no me percaté, hasta ver la cara de Said, que había llamado la atención de algunas personas que pasaban cerca, que en décimas de segundo, formaba parte de una escena de película, se oían sirenas de policía. Said me miraba como si los ojos se le fueran a salir de las órbitas, miedo, impotencia, rabia todo en una expresión. En la mía solo había odio y dolor. No sé cuánto tiempo pasó, para mí se había detenido; todo iba a cámara lenta, estaba a punto de vomitar, de caerme al suelo. Escuché dos disparos, uno de la policía al ver a Said apuntándome con un arma, otro de Said hacia mí, en un intento desesperado de terminar con lo que había venido a hacer. Por suerte falló en su disparo, creo que la policía acertó a darle en un brazo. Yo aunque ilesa, caí al suelo, sentí que mi cuerpo decidía desconectar sin contar con mi voluntad.

Desperté en el hospital, era como vivir algo que había soñado; solo que en esta ocasión al pie de mi cama no estaban mi familia y mis amigos sino dos agentes de la policía nacional. Al ver que me despertaba avisaron a las enfermeras y tras los reconocimientos y las comprobaciones oportunas, comprobaron que me encontraba bien, me dijeron que me traerían algo de comer.

- Mi bebé…- fue lo primero que acerté a decir

- No se preocupe, todo está bien, ha pasado por una situación muy estresante para ambos, pero afortunadamente los dos estáis perfectamente. Le vamos a dejar unos minutos con los agentes, si ve que no se siente con fuerzas, o se poner nerviosa, lo dejaremos para otro momento-, dijo mientras miraba inquisitivamente a uno de los policías.

- Señora García, no queremos importunarla, solo necesitamos saber si conocía a su agresor, qué tipo de relación mantenía con él y por qué quería hacerle daño.

Estuve a punto de decirles toda la verdad, pero… ¿qué verdad?, aquello parecía sacado de una novela policiaca de segunda. Nada tenía mucho sentido y había cosas que yo no sabría siquiera explicar, así que esa no era la mejor opción y decidí improvisar…

- Señor agente, - dije mientras comenzaba a llorar irremediablemente, - solo recuerdo que salí a dar un paseo y tomé los caminos menos transitados del parque, escuché voces, una discusión, y unos golpes, como si alguien hubiera caído, me apresuré hacia el lugar para socorrer a quien lo necesitara, pero antes de que alcanzara a ver nada, me encontré de frente con ese hombre, solo se me ocurrió correr y él me siguió. Yo estaba asustada y esperando que alguien me escuchara, comencé a gritarle para llamar la atención, después de eso todo me dio vueltas y no recuerdo nada más.

- No se preocupe, está todo en orden, no creo que tengamos que volver a molestarla. En efecto ese hombre había agredido a otras dos personas, pero no aun no sabemos con qué objetivo. Una de ellas ha fallecido y la otra continúa en coma. Su agresor está encerrado, no tiene porqué preocuparse, además, según nos ha dicho usted fue una víctima fortuita, así que de momento no tiene porqué preocuparse, no obstante, si se sintiera en peligro en algún momento no dude llamar al 112.

No supe que más decir, un calor se instaló en mi cabeza, ¿una víctima mortal y otra en coma?, ¿estaría vivo Armand? ¿o sería Miriam la que corrió esa suerte? En cualquier caso no podía preguntar, no a los policías, no después de lo que había dicho.

Los policías dieron por hecho, que la situación me había puesto nerviosa y se fueron pidiendo disculpas, y allí me quedé, nuevamente en una fría habitación de hospital, pero con una diferencia a la vez anterior, en esta ocasión, no sentía que había un enorme vacío en mí, esta vez, mis lagunas estaban colmadas, había comenzando a entender todo lo que había sucedido. Pese a mi gran preocupación por Armand, sonreí y supe quién era, quién era yo, quién era Armand, quiénes éramos todos.

domingo, 24 de marzo de 2013

Capítulo XV

Los latidos de mi corazón no me dejaban oír, nuestras manos sudorosas se tornaban y entrelazaban con gran fuerza. Todo parecía en calma en la plaza no había nadie solo Armand y yo cuando de repente: (PUM, PUM, PUM (corazón)) se detuvo el tiempo….Miram apareció en lo alto de la plaza venia caminando sutilmente se paro a dos metros de nosotros, metió la mano en su bolsillo; un arma pensé, agarrando fuertemente la mano de Armand, el cual me aparto de su lado y se puso delante. Cerré los ojos cuando de repente un fuerte estruendo sacudió el cuerpo de Arman…minutos después me di cuenta de que algo fallaba abrí los ojos y contemple el cuerpo de Armand cayendo hacia delante y yo salpicada de sangre. NO PODIA SER..... ¿Por qué caía hacia delante si fue Miriam quien le disparó? ¿Por qué iba a tener yo sangre de él?, cuando finalmente pude ver delante de mi vi a Miriam pálida como las estatuas de la plaza con una carta en su mano. ¿No tenia sentido? ¿Quién iba a matar entonces a Armand? ¿Quién mataría al padre de mi hijo? Se oían gritos a lo lejos Miriam se acercó corriendo a mi, me agarro fuerte del hombro y me llevó justo a detrás de una estatua allí me acurrucó, no sentía nada ni frió ni calor, ni miedo ni tristeza, todos los sonidos a mi alrededor se tornaban como si estuviera en el fondo de una piscina y alguien gritara por mi desde fuera, era todo tan hermético. Mis ojos seguían clavados en el cuerpo sin vida de Armand, pero de ellos no salía ni una lágrima de dolor. Intentaba moverme y no podía… de repente Miriam me agarró la cabeza y me dio tres cachetadas y me sacó de mi ensimismamiento reaccioné y empecé a llorar. Me cogió y fríamente me miro y me dijo en un español perfecto—muy bien espabila o muere – tras esto me cogió por el brazo y salimos corriendo de la estatua a una calle colindante, de repente empecé a notar pequeñas ráfagas de aire que cruzaban por nuestros pelos al viento acompañado de un extraño zumbido cuando en uno de las zancadas de la extraña que me salvaba la vida uno de esos zumbidos le llego a una de sus piernas; fue entonces cuando entendí que nos estaban disparando, me tropecé con su pie y salimos las dos rodando hasta afortunadamente llegar al callejón. Fue allí donde me percate que Miriam estaba llena de sangre y tenía varias heridas en su torso. Fue entonces cuando sus ojos marrones me miraron y me extendió la carta y una llave y dijo casi sin fuerzas de vida -acuérdate de nosotros cuando mates al carbón…. Cerró los ojos lentamente y de su cuerpo salio el último aliento de vida.

domingo, 17 de marzo de 2013

Capítulo XIV

Eran las dos y media de la tarde, cuando por fin, decidimos salir a almorzar algo.Teníamos hambre, sobre todo yo, ese bebé demandaba cada vez más y más comida y yo notaba la sensación de fatiga ronroneando en mi estómago, cual león hambriento.Nos dirigimos a un restaurante cercano y comenzamos a pensar; el contacto con Roma parecía inevitable,pero¿en vez de la vacuna qué le daríamos sin levantar sospechas?.Estábamos bloqueados, no encontrábamos una solución al respecto.Sonó el móvil de Armand, era Miriam, quería encontrarse con él esa misma tarde.Armand me miraba dubitativo,haciéndome un gesto inquisitivo de no saber qué decir, al final, quedó con ella a las seis de la tarde en un pequeño parque cercano.Nos miramos unos segundos...adivinabámos el peligro que nos acechaba.Armand buscó y apretó mi mano con firmeza,calmando así el miedo que se estaba apoderando de mi.Subimos a la habitación para hablar con más intimidad y tranquilidad.Una vez allí, pensamos en que podríamos ir a un hospital e intentar hacernos con una especie de preparado que tuviera las mismas características en cuanto a su color y forma que la vacuna original,pero¿cómo lo haríamos? ¿qué diríamos, que somos doctores,estudiantes en prácticas,residentes,...? esto último parecía más creíble.

Fuimos sin demora a por unas tarjetas identificativas, no teníamos problemas para conseguirlas ya que en la ONG estábamos surtidos de ellas.Cambiamos los nombres,escaneamos fotos y bualá, todo parecía encajar muy bien.Buscamos en una tienda de uniformes unas batas blancas y hacia el hospital que llegamos.Nos dejaron entrar y pasamos a la planta correspondiente.Una vez allí, contactamos con Silvia, una amiga enfermera del hospital,que me debía algunos favores personales ,y conseguí que se hiciese con una especie de suero de la verdad que se asemejaba mucho a la vacuna en cuestión.Nos lo cedió sin mayor problema y nos fuimos raudos y veloces del lugar.Esperamos el contacto del Vaticano y al final,llamaron al móvil de Armand; una voz varonil,de mediana edad dijo de manera concisa y clara: -Nos veremos en la plaza sobre las cinco y media,llevaré puesta una bufanda azul oscuro y un abrigo negro con solapa gris_y colgó de forma muy brusca.A continuación, cogimos el suero lo introdujimos en la caja y rezamos para ver si no nos ocurría nada y salíamos ilesos de este gran embrollo en el que estábamos sumidos. Llegamos a la plaza sobre las cinco y cuarto; un frío gélido nos golpeaba la cara sin compasión alguna, el cielo estaba de un color gris plomizo, amenazaba tormenta ó por lo menos lluvía bastante intensa, miramos a un lado y a otro no aparecía nadie,comenzó a llover, una lluvía muy fina y débil que en cuestión de segundos se tornó en un enorme chaparrón. Armand y yo,cogidos fuertemente de la mano, esquivávamos sin suerte los grandes charcos a la vez que intentabámos buscar un lugar seguro para resguardarnos de aquellos goterones que nos atravesaban de lado a lado toda la ropa,toda la piel,empapándonos hasta lo más profundo de nuestro ser. Conseguimos llegar a un portal,en lo bajo de un edificio antiguo, nos quedamos allí largo rato ateridos de frío,esperando que escampara esa enorme tromba de agua y al final,igual que después de la tempestad viene la calma, así ocurrió,todo se volvió a quedar tranquilo y en calma. Decidimos ir de nuevo a la plaza a ver si encontrábamos a nuestro contacto.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Capítulo XIII

Comenzó a llover tanto que parecía el fin del mundo mientras los ventanales del aeropuerto vibraron con los chasquidos eléctricos de la tormenta. Pasé a pocos metros de la pareja entre la confusión de la terminal lanzándole una leve sonrisa a Armand y un discreto gesto señalándole el panel indicador de la cafetería. Armand asintió con un lento parpadeo -¿Quién diablos sería aquélla misteriosa mujer?– Dos únicos vuelos habían logrado aterrizar por la tormenta, mi avión de París y otro de Roma.

-¿Me las tendré que ver con una fogosa italiana? - Me pregunté mientras ojeaba sin interés la prensa local. Pero Armand no acudió a la cita, ya había pasado demasiado tiempo. Abandoné el aeropuerto cuando no quedaba nadie en la cafetería. La lentitud del taxi entre la cegadora bruma y la incesante lluvia hacían más penosa aún mi llegada a casa. No quería llorar pero no pude evitarlo mientras pensaba en mi pequeño Gilbert.

El sonido del móvil me devolvió a la realidad. - ¿Sí? – Contesté sin saber que era Armand quien me llamaba. –Por favor, Elena. Dile al taxista que se detenga voy conduciendo justo detrás. Y… allí estaba él, mojándose impasible mientras yo despedía al taxista. Nos besamos bajo la lluvia como no creo recordar haber besado a nadie en mi vida.

– Armand, Leonard ya tiene su juguetito pero sigo en peligro. - Se quedó paralizado al oír mis palabras. -Creo que yo trabajaba contigo en este asunto cuando tuvimos el accidente que nos llevó al hospital. ¿No es así? Tu vida también está en peligro. Leonard ha enviado uno de sus agentes a la isla… ¿Quién era la mujer del aeropuerto? Sabes que no estás solo en esto. ¿Por qué no me lo cuentas todo ahora?...

Armand me miró intensamente, como queriendo penetrar con su mirada en mi interior; y por nuestro hijo que consiguió turbarme y relajarme al mismo tiempo. Inspiró profundamente, como si fuera a zambullirse en los rápidos de un profundo río.

- Bien Elena, espero que te ayude a recordar. Ambos hemos venido trabajando para un Estado extranjero…nos reclutaron en la ONG de la Universidad Católica de París en la colaborábamos.

– ¿A quienes nos reclutaron? –Pregunté adivinando la respuesta. – Cloé, Alfred, tú y yo, y… Céline, muestra amada Céline. Todos nosotros conocíamos su trabajo con el virus del Ébola. Cuando al fin obtuvo la vacuna fuimos a celebrarlo a su estudio de París… ¡Cuanta felicidad compartimos ese día! Estabas preciosa e inalcanzable para mí, ¡Parecías tan enamorada de Alfred! - En fin, Elena. -Prosiguió Armand. – Cuando desapareció Céline y con ella su laboratorio y sus esperanzas fue cuando recibimos al agente de la Iglesia y a aquel ruso extravagante al que le haríamos la entrega.

-¿De la Iglesia, dices? Más bien del Vaticano – le dije al tiempo que empezaba ordenar la urdimbre de mis recuerdos. Armand, emocionado me cogió de las dos manos con muchísima ternura y continuó: -Aquel día nos prometimos rescatar la vacuna. Céline nos dejó la pista para recobrarla sin le pasara algo. Desconocíamos las verdaderas intenciones del Vaticano, pero por Céline nos conjuramos una noche de absenta y de recuerdos.

Armand puso en marcha su coche mientras comenzaba a aclarar el día. Le conté lo de Leonard; lo de Said…Bueno, casi todo lo de Said. –Siento haber fracasado. –Le dije cuando llegamos al Hotel. - ¿Por qué dices eso? - Me respondió sonriente, como si guardara un secreto. – La vacuna – le dije - Ahora está en manos de Leonard. –No has fracasado en absoluto Elena. La llevas en tu sansonite. Siempre la has tenido contigo casi desde que llegaste a París, fue cosa de Cloé. La ampolla de la lucecita roja fue una creación muy imaginativa de Alfred que por su puesto se tragó Leonard. La vacuna está en un frasquito de lo más normal junto a un cd. Eso es todo. - Somos novatos en esto, pero somos buenos. - Muy buenos – Añadí-.

- ¿Y la mujer del aeropuerto? - Le pregunté. - A Miriam no la conociste, por eso no puedes recordarla. – Quiere retomar conmigo una antigua relación y ha venido desde Roma…

- ¿Cuántas personas han entrado en contacto contigo estos últimos días? - Le interrogué. – Sólo Miriam. - Creo que Miriam es el “hombre” de Leonard en Tenerife. No puede ser casualidad su presencia aquí. Tenemos que urdir un plan para conocer sus intenciones y deshacernos de ella. No sabes cuánto me necesitas ahora, Armand.

Caímos agotados en la cama del hotel, observé mi vientre y le dediqué una sonrisa. Mi secreto seguía conmigo. Dormimos profundamente hasta el mediodía. Por ahora estábamos seguros y decididos y, en mi mente, todo empezaba a aclararse. Sólo esperábamos el contacto de Roma. Pero algo olía mal en el Vaticano. Ceder la vacuna a esa nación extranjera a cambio de evangelizar Rusia no casaba bien con el homenaje que esperábamos hacerle a Céline y ahora a Alfred. Estábamos aprendiendo muy rápido.



domingo, 10 de marzo de 2013

Capítulo XII

Subo a la habitación... sangre fría... y sin pestañear lo más mínimo me dirijo al baño, lleno la bañera de agua caliente con aceite perfumado y espuma...
Ahora, ya sumergida en el agua, cierro los ojos y añasco mi plan, me froto suavemente la piel, el pelo...
Al salir me envuelvo en el albornoz y me unto el cuerpo en crema. Me afianzo en mis tacones negros y desnuda me enfundo en mi abrigo también negro.
Sé que dentro del bolso tengo diferentes botes de tranquilizantes, hago una mezcla de pastillas y las escacho con ayuda de la pata de la cama sin hacer ruido, en estos momentos me estoy jugando la vida.
No me reconozco ni a mí misma, al mirarme en el espejo veo una mujer bella y serena. Un toque de perfume, bajo las escaleras, introduzco en polvo de pastillas en una de las copas, la sidra, y lista para empezar la actuación.

¡Said!... Entorno suavemente su puerta  y de golpe se incorpora de la cama apuntándome con una pistola.
¡Said!... repito y dejo caer muy despacio el abrigo hasta dejar descubierto mi pecho, noto que titubea, pero en sus ojos ya empieza a arder el deseo del placer.
Me vuelvo de espaldas y dejo caer lentamente el abrigo al suelo, tengo que sentirme una diosa deseada y girando mi cabeza hacia él identifico una mirada oscura, dura, que me atraviesa de lleno. En cuestión de segundos ya está junto a mí y me arrastra hasta la pared, elevándome del suelo me penetra con fuerzas embistiéndome una y otra vez. Su respiración se acelera y jadea sin control... Ya en la cama soy yo la que cabalga frenéticamente sobre él. Antes de llegar al clímax lo paro bruscamente y le obligo a darse la vuelta boca abajo, acaricio su espalda, le beso el cuello y vuelvo a parar...
Llega el momento de servir las copas. -Said, ven a brindar conmigo éste momento de placer... Ahora si estoy en tensión, tiemblo sólo de pensar que si se niega a beber todo mi plan se viene abajo.
Said se incorpora, me sonríe y de un trago bebe su copa... ¡Uff!, respiro, ¡bien!. Es ahora cuando él me indica que sea yo la que me gire boca abajo y comienza de nuevo a torturarme, a gemir, a derramar sus fluidos dentro mí.
Poco a poco percibo como sus músculos comienzan a relajarse, quiere continuar pero ya se puede entrever que sus facultades físicas se debilitan y se queda adormilado sobre mí.
Dime Said, ¿por qué el Dr. Leonard me trajo contigo hasta aquí?, él calla y yo le sirvo otra copa más.
Bebe despacio y me contesta con demasiada lentitud, casi balbuceando las palabras: -El doctor Leonard es un buen hombre, le han arrebatado a su hija, lo que más quería, ahora busca venganza. Le entregaste la cepa Altrou, a la que su hija le dedicó muchos años de su vida para hacer el bien, pero él le va a dar otro fin bastante más perjudicial que en un principio. Debe liquidar a toda persona que esté relacionada con éste tema. En ti pudo ver de nuevo a Celine y le llamaste mucho la atención, pero también estás involucrada, debo hacerte desaparecer.
- ¿Tiene otro "guardaespalda" en Tenerife? -Sí, persigue a un francés que ha metido las narices en ésto.
Intento seguir preguntando pero ya está demasiado drogado bajo los efectos de los somníferos. Me levanto con calma cojo mi móvil, las llaves de la casa, las del coche de Said y la pistola. Subo la escalera, me pongo el vestido, agarro mi bolso y me bolso y me voy, por fin me voy de aquí.
Arranco el coche y sin pensarlo dos veces me dirijo rumbo al aeropuerto, quiero irme de aquí, necesito estar en mi isla con mi familia, con Armand, contarle todo lo que ya se, deseo ayudarlo tal y como me pedía en su carta. Por supuesto faltan cabos por atar, pero creo que el peligro número uno es el doctor Leonard. Sigo dándole vuelta a la cabeza y llego a la conclusión de que la única que pudo haber metido la cepa en mi bolso fue Cloe, quizás desesperada sabiendo que Alfred corría peligro.
¡Dios! agradezco tanto el aire que entra por la ventanilla abierta, el coche es cómodo y rápido, pongo música clásica muy bajita y toco mi vientre, tres palabras tengo guardadas como un tesoro para mí: -"Está usted embarazada"- y empiezo a hablar con mi hijo al que ya le he puesto hasta nombre "Gilbert", no se por qué pero ese nombre guarda algún secreto que no soy capaz aún de dilucidar.
Antes de llegar al aeropuerto, aparco el coche en un pueblito cercano y pillo un taxi que me lleve hasta allí. Al sacar el billete reparo en que hay que esperar bastante tiempo a que salga mi vuelo, voy al aseo y me lavo como puedo, quiero sacar de mi cuerpo toda huella que hubiese dejado Said en mí. Me acomodo en el sillón más confortable que encuentro y enciendo el móvil, ¡joo! qué cantidad de mensajes y llamadas perdidas. Entre ellas las que más me importan son las de Armand y las de mi madre. Hablo un buen rato con ella y le cuento que el viaje fue movidito, pero muy bueno al reencontrarme con viejos amigos.. Dulces mentiras para ella.
Armand no contesta mis llamadas.
Ya en el avión rumbo a Tenerife, diez de la noche, exhausta, cubierta con una manta que me ofrece la azafata y el antifaz para poder descansar, duermo profundamente hasta que la misma chica me despierta advirtiéndome que en breve aterrizaremos.
En cuanto mis pies pisa tierra siento una inmensa alegría que pronto, muy pronto se desvanecerá cuando se abra la puerta de desembaque y la primera imagen que graba mi retina es... es ver a Armand abrazado a una chica que lleva un bouquet de flores blancas.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Capítulo XI

Sin pasar por el hotel, por precaución, tomé rumbo a un lugar que no conocía, de la única compañía de Said. Mi seguridad estaba en sus manos. No tenía elección. Me sentía perdida.

Sueños, recuerdos y realidad se entremezclan en mi cabeza. Tenía que emprender el difícil viaje al interior de mi mente y recordar, recordar…Tenía que encajar las piezas del puzle en el que se había convertido mi vida.

-Amnesia postraumática- me habían dicho en el hospital-. El Dr. Durán me explicó que era normal después de un accidente y que habría episodios de mi vida que no recordaría. -Son fugas de memoria; que posiblemente irá recuperando. No sabría decirle lo que durará.

-¡Necesitaba recordar con urgencia!. Sabía que el peligro me acechaba.

Salí de mi ensimismamiento al oír la voz de Said, adivinando mi estado de angustia y ansiedad.

-No se preocupe, señorita- donde vamos estará segura.

Sus palabras no lograron tranquilizarme. Mientras cruzábamos Paris ,mi mente se entretuvo en el paisaje que veían mis ojos; en cómo se iba notando la reducción de las horas de luz solar; que pasaba a ser sustituida por las que nos proporcionan las farolas y las bombillas. Los transeúntes aceleraban el paso por las calles buscando el refugio en casa o comercios.

-Said, hemos salido fuera de la ciudad, has cogido la vía que lleva a Estrasburgo. ¿Vamos a ir tan lejos?. ¿Me puedes decir a dónde nos dirigimos?-. Me castañeaban los dientes de miedo, estaba en manos de un hombre al que hacía una hora acababa de conocer.

-Tranquilíizese, en una hora llegaremos a una casa que tiene el Dr. Leonard en la Campiña, le gustará.

- Said, ¿ Me permites que te haga una pregunta personal? -Sí, claro

-¿Eres francés?- Sí, soy francés, aunque nací en Siria.

Al llegar a la casa, no me entretuve ni en echarle un vistazo. Sólo alcancé a ver que en la mesa del recibidor había una botella de sidra y una bandeja de dulces. Lo que me apetecía realmente era darme un baño e irme a la cama después de haberme tomado un par de tranquilizantes; que ya estaban formando parte de mi dieta.

-Señorita Elena, mañana vendrá Nadine, a ocuparse de la limpieza de la casa y de la cocina- que usted descanse. Buenas noches. Yo estaré en la habitación que está al lado de la cocina, por si me necesita.

-Gracias Said, buenas noches.

Alfred, Armand, Clóe…artefactos biológicos, hombres que nos persiguen…apenas me acordaba de las últimas personas que habían formado parte de mi vida. No lograba encajarlas, y ya Alfred no estaba, había muerto; Armand en peligro y espero que vivo. Yo estaba de más; era como si me hubiese equivocado de secuencia dentro de una película.

Y las últimas en entrar en mi vida: el Dr. Leonard, Said.¿Por qué un médico necesitaba un guardaespaldas?. ¿Podía confiar en ellas?

Tenía que llamar a Clóe y preguntarle si conocía a Armand y me hablara de él. No me lo quitaba de la cabeza. Tenía que haber seguido sus consejos, ya me lo había advertido ¡No vayas a Francia!. Y ahora, yo aquí y él en Tenerife. Y los dos en peligro.

Eran las ocho de la mañana cuando desperté; y es cuando me fijé en la estancia: los suelos de madera, paredes enteladas con gran gusto y vistas a un jardín desde el que se evidenciaba que estábamos en otoño. El paisaje era espectacular, el follaje ocre y rojizo inundaba todos los caminos esparciendo toda su belleza en un paraíso de colores. Hubo un momento en que mi mente se relajó.

De pronto se me había abierto el apetito y bajé a la cocina; pero no vi a nadie. Ni a la tal Nadine, ni a Said. Oí voces en la habitación de éste y me acerqué silenciosamente.

-Está todo bajo control, Dr. Está totalmente incomunicada. Le he retirado su teléfono móvil. La liquidaremos en cuanto….. Ya no pude oír más; aunque las piernas eran como flanes subí lo más rápidamente que pude las escaleras. Corrí hacia el bolso en busca de mi móvil.

¡No estaba! ¡Ese hijo de puta me lo había quitado! Olía el peligro,¡ tenía que salir de allí!

Pero, a ¿dónde? Y sobre todo ¿Cómo escaparía?

domingo, 3 de marzo de 2013

Capítulo X

Tras una noche agotadora y de insomnio, la mañana no se dibujaba mucho mejor. Ansiosa tomé lo necesario, incluyendo el artefacto de la nevera, lo coloqué en un termo de mayor tamaño y lo cubrí de hielo, por temor a que comenzara a sonar de nuevo. Entonces me dirigí a una cafetería mientras hacía tiempo para la cita con el doctor Léonard.

Ya cerca de las 11 a.m. me encontraba frente a una gran casa en las afueras de la ciudad. Toqué el timbre y una voz afable e interrogadora me recibió.

- Señorita…

- ¡Hola! Soy Elena…

- Si, señorita. El doctor la está esperando, acompáñeme por favor.

Mientras atravesaba los jardines anonadada, admiraba la belleza y el lujo de aquella mansión deslumbrante por su riqueza e historia.

-Señorita…

- Si, diga usted-interrumpí a la sirvienta.

-El doctor pronto la atenderá ¿Desea beber algo mientras espera?

- Un té por favor.

Aún sin terminar de hablar la voz del doctor me interrumpió.

-¡Buenos días señorita Elena! Me siento halagado de que finalmente haya aceptado mi invitación.

- Señora Marion, por favor, escocés doble para mí y lo que pida la señorita Elena…Luego lleve el servicio al jardín de atrás, el día es hermoso y la ocasión lo amerita.

- Sí, señor Léonard.

- Bueno, Elena ¡Vamos al jardín! Espero que no te importe que te llame por tu nombre ¿Me dejas el bolso?

-¡Noooo!

Se hizo un silencio espeso y me di cuenta que mi reacción había sido desproporcionada, pero el contenido de mi bolso se había convertido en mi mayor preocupación.

-Disculpe doctor, estoy algo nerviosa, tengo algo dentro del bolso que me gustaría enseñarle.

-De acuerdo, de ser así como tú quieras.

Ya en la terraza del jardín, las vistas y el ambiente eran realmente envolventes, serenos, oníricos, pero mis pensamientos no me dejaban disfrutar de ello y pronto Léonard comenzó a hacerme preguntas sobre mi vida y otras cosas, sin poder contenerme lo corté…

-Léonard eeeeh…¡Discúlpeme! Sé que tal vez mi visita le haya hecho pensar que puede haber algo entre nosotros, pero realmente mi intención…

-¡Jajajajaja!

La carcajada de Léonard me asombró por completo.

-Elena ¿Crees que te traje hasta aquí para conquistarte, como uno de esos viejos ricachones que van buscando aventuras con jovencitas?

Me estaba hablando mientras no paraba de reírse y al instante entre lágrimas me dijo:

-¡Acompáñame, por favor!

Desconfiada entré en la casona y nos dirigimos directamente a una gran puerta en la segunda planta. Al entrar pasamos a un salón enorme…

-Este es mi estudio personal y el lugar donde paso la mayor parte de mi tiempo, cuando no estoy en el Hospital, por supuesto.

Un cuadro detrás del escritorio, enseguida me llamó la atención, era una chica de unos treinta años, extremadamente parecida a mí. Por mi mente pasaron cosas raras cuando Léonard continuó diciéndome…

-¿Ves ese retrato? ¿Cuánto se parece a ti?

-Sííííí

-Es mi hija Céline, murió hace cinco años.

-¡Oh! Lo siento.

- No, no te preocupes. Como ves mi atracción por ti no es más que la de un padre por su hija, por esto te invité, porque desde la primera vez que te vi me pareció que casi estaba hablando con mi Céline…

-¡Oh Léonard! Lo siento, no fue mi intención.

- No importa, pero ¡Sentémonos y descubramos cuáles eran entonces tus intenciones! ¡Jajaja!

-Léonard es lo que tengo en mi bolso, busco respuestas y quizás tú las tengas…

-¡Bueno, veamos!

Saqué el termo metálico del bolso, lo abrí y al sacar el pequeño frasco de entre los derretidos pedazos de hielo, Léonard quedó pálido hasta caer hacia detrás…

-¡Oh, Dios mío!

El miedo recorrió todo mi cuerpo, la palidez del rostro de Léonard y su expresión, fue como si una brasa de calor atomizara todo mi cuerpo. Podía sentir el sudor recorrer mi frente y mis mejillas.

-Léonard, me está asustando…

-Elena ¿Cómo llegó eso a ti? ¿De dónde lo sacaste? ¿Quién eres?

No dejaba de hacerme preguntas con expresión desesperada.

-¡Léonard, Léonard!…No sé -le grité desorbitadamente, hasta que por fin quedó callado.

De repente apareció en la puerta la Señora Marion atraída por los gritos.

-Señor Léonard ¿Sucede algo?

-No, Marion, gracias, puedes retirarte, estamos bien y cierra la puerta al salir, por favor.

Cada vez estaba más asustada, sentía que todo aquello era más grave de lo que había imaginado...Entonces Léonard me dijo:

-¡Elena, me lo das, por favor!

Tuve dudas, el momento y la situación no eran los más apropiados, pero insistió…

-¡Por favor, hija mía, dámelo!

Se lo entregué y comenzó a observarlo detenidamente.

-Elena, no estoy seguro aún, me gustaría hacer algunas pruebas en uno de mis laboratorios.

-¿Seguro de qué, Léonard?

-Te explico: Hace diez años Céline era bioquímica e investigadora de enfermedades tropicales y estudiaba la cepa del virus Évola. Después de años de esfuerzo, encontró una cura, al menos eso fue lo que me dijo la noche antes de que muriera. Recuerdo que estaba eufórica. A la mañana siguiente había desaparecido y el laboratorio amaneció envuelto en llamas. Tiempo después, sin encontrar pistas, la policía cerró la investigación, pero según los investigadores que contraté, esa noche, el sistema de seguridad había sido manipulado. Aunque investigadores de otras agencias confirmaron las pruebas del sistema de seguridad, siempre les llevaron a callejones sin salida y ahora tú puedes estar en peligro.

-¿Yooo??

-Sí Elena, atando cabos, el día que llegaste al Hospital, habías presenciado un accidente y al parecer conocías a la víctima…

-Sí, Alfred.

-El mismo. Alfred no era guía turístico sino el contacto de alguien que sabía que tú tenías la cepa, además de ser un agente del FBI. De la misma manera que introdujeron la cepa en tu bolso, intentarían obtenerla. Supongo que alguien lo seguía y lo eliminaron antes de llegar a ti. Eso nos da un poco de tiempo. Ahora lo mejor será que vuelvas a tu hotel, recojas lo necesario y te ocultes, yo sé dónde llevarte para que no te encuentren. Lo más importante es que estés segura.

Estaba realmente atemorizada. Sin darme cuenta, mi vida se había convertido en una locura, era carnada de peces voraces.

Léonard llamó a Marion y en voz baja le dio las instrucciones necesarias. Después me preguntó: - ¿Recuerdas algo más del accidente de Alfred que te llamara la atención?

-Sólo un hombre alto, con traje gris y ojos azules, inclinado sobre los curiosos que miraban…Ahora me doy cuenta de que lo he visto antes en algún sitio…

En ese momento, un hombre mulato de cuerpo fornido y expresión seria, apareció en la habitación:

-Señor Léonard…

-¡Ah, Said! Te presento a la señorita Elena, llévala a donde te diga y protégela como si fuera yo mismo.

-Sí señor, entiendo.

Léonard se volvió hacia mí y con expresión de dulzura y una sonrisa identificativa como alguien que te conoce de toda la vida me dijo:

Elena, cuídate y no confíes en nadie, pronto nos veremos y espero tener los resultados del frasco verificando lo que es realmente.

Mientras seguía al guardaespaldas hasta la limousine pensaba en Armand ¿Dónde estaría? ¿Me llamaría otra vez? Ahora únicamente debería pensar en mí y en mi bebé, si no salvaba mi vida no lo volvería a ver más…