Comenzó a llover tanto que parecía el fin del mundo mientras los ventanales del aeropuerto vibraron con los chasquidos eléctricos de la tormenta. Pasé a pocos metros de la pareja entre la confusión de la terminal lanzándole una leve sonrisa a Armand y un discreto gesto señalándole el panel indicador de la cafetería. Armand asintió con un lento parpadeo -¿Quién diablos sería aquélla misteriosa mujer?– Dos únicos vuelos habían logrado aterrizar por la tormenta, mi avión de París y otro de Roma.
-¿Me las tendré que ver con una fogosa italiana? - Me pregunté mientras ojeaba sin interés la prensa local. Pero Armand no acudió a la cita, ya había pasado demasiado tiempo. Abandoné el aeropuerto cuando no quedaba nadie en la cafetería. La lentitud del taxi entre la cegadora bruma y la incesante lluvia hacían más penosa aún mi llegada a casa. No quería llorar pero no pude evitarlo mientras pensaba en mi pequeño Gilbert.
El sonido del móvil me devolvió a la realidad. - ¿Sí? – Contesté sin saber que era Armand quien me llamaba. –Por favor, Elena. Dile al taxista que se detenga voy conduciendo justo detrás. Y… allí estaba él, mojándose impasible mientras yo despedía al taxista. Nos besamos bajo la lluvia como no creo recordar haber besado a nadie en mi vida.
– Armand, Leonard ya tiene su juguetito pero sigo en peligro. - Se quedó paralizado al oír mis palabras. -Creo que yo trabajaba contigo en este asunto cuando tuvimos el accidente que nos llevó al hospital. ¿No es así? Tu vida también está en peligro. Leonard ha enviado uno de sus agentes a la isla… ¿Quién era la mujer del aeropuerto? Sabes que no estás solo en esto. ¿Por qué no me lo cuentas todo ahora?...
Armand me miró intensamente, como queriendo penetrar con su mirada en mi interior; y por nuestro hijo que consiguió turbarme y relajarme al mismo tiempo. Inspiró profundamente, como si fuera a zambullirse en los rápidos de un profundo río.
- Bien Elena, espero que te ayude a recordar. Ambos hemos venido trabajando para un Estado extranjero…nos reclutaron en la ONG de la Universidad Católica de París en la colaborábamos.
– ¿A quienes nos reclutaron? –Pregunté adivinando la respuesta. – Cloé, Alfred, tú y yo, y… Céline, muestra amada Céline. Todos nosotros conocíamos su trabajo con el virus del Ébola. Cuando al fin obtuvo la vacuna fuimos a celebrarlo a su estudio de París… ¡Cuanta felicidad compartimos ese día! Estabas preciosa e inalcanzable para mí, ¡Parecías tan enamorada de Alfred! - En fin, Elena. -Prosiguió Armand. – Cuando desapareció Céline y con ella su laboratorio y sus esperanzas fue cuando recibimos al agente de la Iglesia y a aquel ruso extravagante al que le haríamos la entrega.
-¿De la Iglesia, dices? Más bien del Vaticano – le dije al tiempo que empezaba ordenar la urdimbre de mis recuerdos. Armand, emocionado me cogió de las dos manos con muchísima ternura y continuó: -Aquel día nos prometimos rescatar la vacuna. Céline nos dejó la pista para recobrarla sin le pasara algo. Desconocíamos las verdaderas intenciones del Vaticano, pero por Céline nos conjuramos una noche de absenta y de recuerdos.
Armand puso en marcha su coche mientras comenzaba a aclarar el día. Le conté lo de Leonard; lo de Said…Bueno, casi todo lo de Said. –Siento haber fracasado. –Le dije cuando llegamos al Hotel. - ¿Por qué dices eso? - Me respondió sonriente, como si guardara un secreto. – La vacuna – le dije - Ahora está en manos de Leonard. –No has fracasado en absoluto Elena. La llevas en tu sansonite. Siempre la has tenido contigo casi desde que llegaste a París, fue cosa de Cloé. La ampolla de la lucecita roja fue una creación muy imaginativa de Alfred que por su puesto se tragó Leonard. La vacuna está en un frasquito de lo más normal junto a un cd. Eso es todo. - Somos novatos en esto, pero somos buenos. - Muy buenos – Añadí-.
- ¿Y la mujer del aeropuerto? - Le pregunté. - A Miriam no la conociste, por eso no puedes recordarla. – Quiere retomar conmigo una antigua relación y ha venido desde Roma…
- ¿Cuántas personas han entrado en contacto contigo estos últimos días? - Le interrogué. – Sólo Miriam. - Creo que Miriam es el “hombre” de Leonard en Tenerife. No puede ser casualidad su presencia aquí. Tenemos que urdir un plan para conocer sus intenciones y deshacernos de ella. No sabes cuánto me necesitas ahora, Armand.
Caímos agotados en la cama del hotel, observé mi vientre y le dediqué una sonrisa. Mi secreto seguía conmigo. Dormimos profundamente hasta el mediodía. Por ahora estábamos seguros y decididos y, en mi mente, todo empezaba a aclararse. Sólo esperábamos el contacto de Roma. Pero algo olía mal en el Vaticano. Ceder la vacuna a esa nación extranjera a cambio de evangelizar Rusia no casaba bien con el homenaje que esperábamos hacerle a Céline y ahora a Alfred. Estábamos aprendiendo muy rápido.
-¿Me las tendré que ver con una fogosa italiana? - Me pregunté mientras ojeaba sin interés la prensa local. Pero Armand no acudió a la cita, ya había pasado demasiado tiempo. Abandoné el aeropuerto cuando no quedaba nadie en la cafetería. La lentitud del taxi entre la cegadora bruma y la incesante lluvia hacían más penosa aún mi llegada a casa. No quería llorar pero no pude evitarlo mientras pensaba en mi pequeño Gilbert.
El sonido del móvil me devolvió a la realidad. - ¿Sí? – Contesté sin saber que era Armand quien me llamaba. –Por favor, Elena. Dile al taxista que se detenga voy conduciendo justo detrás. Y… allí estaba él, mojándose impasible mientras yo despedía al taxista. Nos besamos bajo la lluvia como no creo recordar haber besado a nadie en mi vida.
– Armand, Leonard ya tiene su juguetito pero sigo en peligro. - Se quedó paralizado al oír mis palabras. -Creo que yo trabajaba contigo en este asunto cuando tuvimos el accidente que nos llevó al hospital. ¿No es así? Tu vida también está en peligro. Leonard ha enviado uno de sus agentes a la isla… ¿Quién era la mujer del aeropuerto? Sabes que no estás solo en esto. ¿Por qué no me lo cuentas todo ahora?...
Armand me miró intensamente, como queriendo penetrar con su mirada en mi interior; y por nuestro hijo que consiguió turbarme y relajarme al mismo tiempo. Inspiró profundamente, como si fuera a zambullirse en los rápidos de un profundo río.
- Bien Elena, espero que te ayude a recordar. Ambos hemos venido trabajando para un Estado extranjero…nos reclutaron en la ONG de la Universidad Católica de París en la colaborábamos.
– ¿A quienes nos reclutaron? –Pregunté adivinando la respuesta. – Cloé, Alfred, tú y yo, y… Céline, muestra amada Céline. Todos nosotros conocíamos su trabajo con el virus del Ébola. Cuando al fin obtuvo la vacuna fuimos a celebrarlo a su estudio de París… ¡Cuanta felicidad compartimos ese día! Estabas preciosa e inalcanzable para mí, ¡Parecías tan enamorada de Alfred! - En fin, Elena. -Prosiguió Armand. – Cuando desapareció Céline y con ella su laboratorio y sus esperanzas fue cuando recibimos al agente de la Iglesia y a aquel ruso extravagante al que le haríamos la entrega.
-¿De la Iglesia, dices? Más bien del Vaticano – le dije al tiempo que empezaba ordenar la urdimbre de mis recuerdos. Armand, emocionado me cogió de las dos manos con muchísima ternura y continuó: -Aquel día nos prometimos rescatar la vacuna. Céline nos dejó la pista para recobrarla sin le pasara algo. Desconocíamos las verdaderas intenciones del Vaticano, pero por Céline nos conjuramos una noche de absenta y de recuerdos.
Armand puso en marcha su coche mientras comenzaba a aclarar el día. Le conté lo de Leonard; lo de Said…Bueno, casi todo lo de Said. –Siento haber fracasado. –Le dije cuando llegamos al Hotel. - ¿Por qué dices eso? - Me respondió sonriente, como si guardara un secreto. – La vacuna – le dije - Ahora está en manos de Leonard. –No has fracasado en absoluto Elena. La llevas en tu sansonite. Siempre la has tenido contigo casi desde que llegaste a París, fue cosa de Cloé. La ampolla de la lucecita roja fue una creación muy imaginativa de Alfred que por su puesto se tragó Leonard. La vacuna está en un frasquito de lo más normal junto a un cd. Eso es todo. - Somos novatos en esto, pero somos buenos. - Muy buenos – Añadí-.
- ¿Y la mujer del aeropuerto? - Le pregunté. - A Miriam no la conociste, por eso no puedes recordarla. – Quiere retomar conmigo una antigua relación y ha venido desde Roma…
- ¿Cuántas personas han entrado en contacto contigo estos últimos días? - Le interrogué. – Sólo Miriam. - Creo que Miriam es el “hombre” de Leonard en Tenerife. No puede ser casualidad su presencia aquí. Tenemos que urdir un plan para conocer sus intenciones y deshacernos de ella. No sabes cuánto me necesitas ahora, Armand.
Caímos agotados en la cama del hotel, observé mi vientre y le dediqué una sonrisa. Mi secreto seguía conmigo. Dormimos profundamente hasta el mediodía. Por ahora estábamos seguros y decididos y, en mi mente, todo empezaba a aclararse. Sólo esperábamos el contacto de Roma. Pero algo olía mal en el Vaticano. Ceder la vacuna a esa nación extranjera a cambio de evangelizar Rusia no casaba bien con el homenaje que esperábamos hacerle a Céline y ahora a Alfred. Estábamos aprendiendo muy rápido.
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