domingo, 10 de marzo de 2013

Capítulo XII

Subo a la habitación... sangre fría... y sin pestañear lo más mínimo me dirijo al baño, lleno la bañera de agua caliente con aceite perfumado y espuma...
Ahora, ya sumergida en el agua, cierro los ojos y añasco mi plan, me froto suavemente la piel, el pelo...
Al salir me envuelvo en el albornoz y me unto el cuerpo en crema. Me afianzo en mis tacones negros y desnuda me enfundo en mi abrigo también negro.
Sé que dentro del bolso tengo diferentes botes de tranquilizantes, hago una mezcla de pastillas y las escacho con ayuda de la pata de la cama sin hacer ruido, en estos momentos me estoy jugando la vida.
No me reconozco ni a mí misma, al mirarme en el espejo veo una mujer bella y serena. Un toque de perfume, bajo las escaleras, introduzco en polvo de pastillas en una de las copas, la sidra, y lista para empezar la actuación.

¡Said!... Entorno suavemente su puerta  y de golpe se incorpora de la cama apuntándome con una pistola.
¡Said!... repito y dejo caer muy despacio el abrigo hasta dejar descubierto mi pecho, noto que titubea, pero en sus ojos ya empieza a arder el deseo del placer.
Me vuelvo de espaldas y dejo caer lentamente el abrigo al suelo, tengo que sentirme una diosa deseada y girando mi cabeza hacia él identifico una mirada oscura, dura, que me atraviesa de lleno. En cuestión de segundos ya está junto a mí y me arrastra hasta la pared, elevándome del suelo me penetra con fuerzas embistiéndome una y otra vez. Su respiración se acelera y jadea sin control... Ya en la cama soy yo la que cabalga frenéticamente sobre él. Antes de llegar al clímax lo paro bruscamente y le obligo a darse la vuelta boca abajo, acaricio su espalda, le beso el cuello y vuelvo a parar...
Llega el momento de servir las copas. -Said, ven a brindar conmigo éste momento de placer... Ahora si estoy en tensión, tiemblo sólo de pensar que si se niega a beber todo mi plan se viene abajo.
Said se incorpora, me sonríe y de un trago bebe su copa... ¡Uff!, respiro, ¡bien!. Es ahora cuando él me indica que sea yo la que me gire boca abajo y comienza de nuevo a torturarme, a gemir, a derramar sus fluidos dentro mí.
Poco a poco percibo como sus músculos comienzan a relajarse, quiere continuar pero ya se puede entrever que sus facultades físicas se debilitan y se queda adormilado sobre mí.
Dime Said, ¿por qué el Dr. Leonard me trajo contigo hasta aquí?, él calla y yo le sirvo otra copa más.
Bebe despacio y me contesta con demasiada lentitud, casi balbuceando las palabras: -El doctor Leonard es un buen hombre, le han arrebatado a su hija, lo que más quería, ahora busca venganza. Le entregaste la cepa Altrou, a la que su hija le dedicó muchos años de su vida para hacer el bien, pero él le va a dar otro fin bastante más perjudicial que en un principio. Debe liquidar a toda persona que esté relacionada con éste tema. En ti pudo ver de nuevo a Celine y le llamaste mucho la atención, pero también estás involucrada, debo hacerte desaparecer.
- ¿Tiene otro "guardaespalda" en Tenerife? -Sí, persigue a un francés que ha metido las narices en ésto.
Intento seguir preguntando pero ya está demasiado drogado bajo los efectos de los somníferos. Me levanto con calma cojo mi móvil, las llaves de la casa, las del coche de Said y la pistola. Subo la escalera, me pongo el vestido, agarro mi bolso y me bolso y me voy, por fin me voy de aquí.
Arranco el coche y sin pensarlo dos veces me dirijo rumbo al aeropuerto, quiero irme de aquí, necesito estar en mi isla con mi familia, con Armand, contarle todo lo que ya se, deseo ayudarlo tal y como me pedía en su carta. Por supuesto faltan cabos por atar, pero creo que el peligro número uno es el doctor Leonard. Sigo dándole vuelta a la cabeza y llego a la conclusión de que la única que pudo haber metido la cepa en mi bolso fue Cloe, quizás desesperada sabiendo que Alfred corría peligro.
¡Dios! agradezco tanto el aire que entra por la ventanilla abierta, el coche es cómodo y rápido, pongo música clásica muy bajita y toco mi vientre, tres palabras tengo guardadas como un tesoro para mí: -"Está usted embarazada"- y empiezo a hablar con mi hijo al que ya le he puesto hasta nombre "Gilbert", no se por qué pero ese nombre guarda algún secreto que no soy capaz aún de dilucidar.
Antes de llegar al aeropuerto, aparco el coche en un pueblito cercano y pillo un taxi que me lleve hasta allí. Al sacar el billete reparo en que hay que esperar bastante tiempo a que salga mi vuelo, voy al aseo y me lavo como puedo, quiero sacar de mi cuerpo toda huella que hubiese dejado Said en mí. Me acomodo en el sillón más confortable que encuentro y enciendo el móvil, ¡joo! qué cantidad de mensajes y llamadas perdidas. Entre ellas las que más me importan son las de Armand y las de mi madre. Hablo un buen rato con ella y le cuento que el viaje fue movidito, pero muy bueno al reencontrarme con viejos amigos.. Dulces mentiras para ella.
Armand no contesta mis llamadas.
Ya en el avión rumbo a Tenerife, diez de la noche, exhausta, cubierta con una manta que me ofrece la azafata y el antifaz para poder descansar, duermo profundamente hasta que la misma chica me despierta advirtiéndome que en breve aterrizaremos.
En cuanto mis pies pisa tierra siento una inmensa alegría que pronto, muy pronto se desvanecerá cuando se abra la puerta de desembaque y la primera imagen que graba mi retina es... es ver a Armand abrazado a una chica que lleva un bouquet de flores blancas.

1 comentario:

  1. ¡Qué peligro la Elena! Esa chica cada capítulo me gusta más.

    Plinio Sexto

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