miércoles, 6 de marzo de 2013

Capítulo XI

Sin pasar por el hotel, por precaución, tomé rumbo a un lugar que no conocía, de la única compañía de Said. Mi seguridad estaba en sus manos. No tenía elección. Me sentía perdida.

Sueños, recuerdos y realidad se entremezclan en mi cabeza. Tenía que emprender el difícil viaje al interior de mi mente y recordar, recordar…Tenía que encajar las piezas del puzle en el que se había convertido mi vida.

-Amnesia postraumática- me habían dicho en el hospital-. El Dr. Durán me explicó que era normal después de un accidente y que habría episodios de mi vida que no recordaría. -Son fugas de memoria; que posiblemente irá recuperando. No sabría decirle lo que durará.

-¡Necesitaba recordar con urgencia!. Sabía que el peligro me acechaba.

Salí de mi ensimismamiento al oír la voz de Said, adivinando mi estado de angustia y ansiedad.

-No se preocupe, señorita- donde vamos estará segura.

Sus palabras no lograron tranquilizarme. Mientras cruzábamos Paris ,mi mente se entretuvo en el paisaje que veían mis ojos; en cómo se iba notando la reducción de las horas de luz solar; que pasaba a ser sustituida por las que nos proporcionan las farolas y las bombillas. Los transeúntes aceleraban el paso por las calles buscando el refugio en casa o comercios.

-Said, hemos salido fuera de la ciudad, has cogido la vía que lleva a Estrasburgo. ¿Vamos a ir tan lejos?. ¿Me puedes decir a dónde nos dirigimos?-. Me castañeaban los dientes de miedo, estaba en manos de un hombre al que hacía una hora acababa de conocer.

-Tranquilíizese, en una hora llegaremos a una casa que tiene el Dr. Leonard en la Campiña, le gustará.

- Said, ¿ Me permites que te haga una pregunta personal? -Sí, claro

-¿Eres francés?- Sí, soy francés, aunque nací en Siria.

Al llegar a la casa, no me entretuve ni en echarle un vistazo. Sólo alcancé a ver que en la mesa del recibidor había una botella de sidra y una bandeja de dulces. Lo que me apetecía realmente era darme un baño e irme a la cama después de haberme tomado un par de tranquilizantes; que ya estaban formando parte de mi dieta.

-Señorita Elena, mañana vendrá Nadine, a ocuparse de la limpieza de la casa y de la cocina- que usted descanse. Buenas noches. Yo estaré en la habitación que está al lado de la cocina, por si me necesita.

-Gracias Said, buenas noches.

Alfred, Armand, Clóe…artefactos biológicos, hombres que nos persiguen…apenas me acordaba de las últimas personas que habían formado parte de mi vida. No lograba encajarlas, y ya Alfred no estaba, había muerto; Armand en peligro y espero que vivo. Yo estaba de más; era como si me hubiese equivocado de secuencia dentro de una película.

Y las últimas en entrar en mi vida: el Dr. Leonard, Said.¿Por qué un médico necesitaba un guardaespaldas?. ¿Podía confiar en ellas?

Tenía que llamar a Clóe y preguntarle si conocía a Armand y me hablara de él. No me lo quitaba de la cabeza. Tenía que haber seguido sus consejos, ya me lo había advertido ¡No vayas a Francia!. Y ahora, yo aquí y él en Tenerife. Y los dos en peligro.

Eran las ocho de la mañana cuando desperté; y es cuando me fijé en la estancia: los suelos de madera, paredes enteladas con gran gusto y vistas a un jardín desde el que se evidenciaba que estábamos en otoño. El paisaje era espectacular, el follaje ocre y rojizo inundaba todos los caminos esparciendo toda su belleza en un paraíso de colores. Hubo un momento en que mi mente se relajó.

De pronto se me había abierto el apetito y bajé a la cocina; pero no vi a nadie. Ni a la tal Nadine, ni a Said. Oí voces en la habitación de éste y me acerqué silenciosamente.

-Está todo bajo control, Dr. Está totalmente incomunicada. Le he retirado su teléfono móvil. La liquidaremos en cuanto….. Ya no pude oír más; aunque las piernas eran como flanes subí lo más rápidamente que pude las escaleras. Corrí hacia el bolso en busca de mi móvil.

¡No estaba! ¡Ese hijo de puta me lo había quitado! Olía el peligro,¡ tenía que salir de allí!

Pero, a ¿dónde? Y sobre todo ¿Cómo escaparía?

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