miércoles, 27 de marzo de 2013
Capítulo XVI
Recogí la llave y el sobre, mirando horrorizada como se le escapaba la vida a Miriam, despacio me incorporé, y como si estuviera soñando empecé a caminar con pasos rápidos, esperaba llegar a un lugar tranquilo para poder mirar lo que contenía el sobre y dónde utilizar la llave. Cuando llevaba unos minutos caminando sentí que alguien me seguía, volví la cabeza por sorpresa y allí estaba, era Said el que iba tras de mí. Su aspecto era furioso y al darse cuenta que lo había descubierto, se apresuró para alcanzarme y en décimas de segundo se encontraba frente a mí apuntándome con un arma, estábamos en plena calle, ambos estábamos muy nerviosos y de repente comenzó a hablar…
- Elena, cumplo órdenes del señor Leonard, con tus amigos no tenía opción…pero tú, tú,…eres especial, preferiría no tener que apretar el gatillo. Entrégame el sobre y la llave y huye. Le diré que al dispararte caíste al mar…, no vuelvas a salir de la isla. Aquí ya nada tenemos que hacer. Todos nuestros objetivos han sido derribados, con el sobre y la llave en nuestro poder, no tenemos que volver…- se mantuvo en silencio, sin saber que más decir, se notaba que la situación le superaba, estaba improvisando.
Y en lugar de aprovechar la situación para poner en orden mis ideas y hacer algo que me pusiera a salvo una vez más. La rabia, el dolor y las imágenes de Albert y Armand sin vida, que no podía sacar de mi mente me bloquearon. No pude evitar que me saliera la voz desde lo más profundo de mis entrañas.
- Si crees en la más mínima posibilidad de volver a tenerme entre tus brazos, dispara. Si tienes algún tipo de sentimiento por lo que para mí fue un simple acto de supervivencia mátame ya. No voy a darte este sobre, ni la llave. Mis amigos no habrán muerto en vano y si realmente quieres volver a Francia con todo resuelto ¡mátame!, ¡mátame! ¡mátame!...cada vez chillaba más, estaba como loca, poseída por la rabia- y no me percaté, hasta ver la cara de Said, que había llamado la atención de algunas personas que pasaban cerca, que en décimas de segundo, formaba parte de una escena de película, se oían sirenas de policía. Said me miraba como si los ojos se le fueran a salir de las órbitas, miedo, impotencia, rabia todo en una expresión. En la mía solo había odio y dolor. No sé cuánto tiempo pasó, para mí se había detenido; todo iba a cámara lenta, estaba a punto de vomitar, de caerme al suelo. Escuché dos disparos, uno de la policía al ver a Said apuntándome con un arma, otro de Said hacia mí, en un intento desesperado de terminar con lo que había venido a hacer. Por suerte falló en su disparo, creo que la policía acertó a darle en un brazo. Yo aunque ilesa, caí al suelo, sentí que mi cuerpo decidía desconectar sin contar con mi voluntad.
Desperté en el hospital, era como vivir algo que había soñado; solo que en esta ocasión al pie de mi cama no estaban mi familia y mis amigos sino dos agentes de la policía nacional. Al ver que me despertaba avisaron a las enfermeras y tras los reconocimientos y las comprobaciones oportunas, comprobaron que me encontraba bien, me dijeron que me traerían algo de comer.
- Mi bebé…- fue lo primero que acerté a decir
- No se preocupe, todo está bien, ha pasado por una situación muy estresante para ambos, pero afortunadamente los dos estáis perfectamente. Le vamos a dejar unos minutos con los agentes, si ve que no se siente con fuerzas, o se poner nerviosa, lo dejaremos para otro momento-, dijo mientras miraba inquisitivamente a uno de los policías.
- Señora García, no queremos importunarla, solo necesitamos saber si conocía a su agresor, qué tipo de relación mantenía con él y por qué quería hacerle daño.
Estuve a punto de decirles toda la verdad, pero… ¿qué verdad?, aquello parecía sacado de una novela policiaca de segunda. Nada tenía mucho sentido y había cosas que yo no sabría siquiera explicar, así que esa no era la mejor opción y decidí improvisar…
- Señor agente, - dije mientras comenzaba a llorar irremediablemente, - solo recuerdo que salí a dar un paseo y tomé los caminos menos transitados del parque, escuché voces, una discusión, y unos golpes, como si alguien hubiera caído, me apresuré hacia el lugar para socorrer a quien lo necesitara, pero antes de que alcanzara a ver nada, me encontré de frente con ese hombre, solo se me ocurrió correr y él me siguió. Yo estaba asustada y esperando que alguien me escuchara, comencé a gritarle para llamar la atención, después de eso todo me dio vueltas y no recuerdo nada más.
- No se preocupe, está todo en orden, no creo que tengamos que volver a molestarla. En efecto ese hombre había agredido a otras dos personas, pero no aun no sabemos con qué objetivo. Una de ellas ha fallecido y la otra continúa en coma. Su agresor está encerrado, no tiene porqué preocuparse, además, según nos ha dicho usted fue una víctima fortuita, así que de momento no tiene porqué preocuparse, no obstante, si se sintiera en peligro en algún momento no dude llamar al 112.
No supe que más decir, un calor se instaló en mi cabeza, ¿una víctima mortal y otra en coma?, ¿estaría vivo Armand? ¿o sería Miriam la que corrió esa suerte? En cualquier caso no podía preguntar, no a los policías, no después de lo que había dicho.
Los policías dieron por hecho, que la situación me había puesto nerviosa y se fueron pidiendo disculpas, y allí me quedé, nuevamente en una fría habitación de hospital, pero con una diferencia a la vez anterior, en esta ocasión, no sentía que había un enorme vacío en mí, esta vez, mis lagunas estaban colmadas, había comenzando a entender todo lo que había sucedido. Pese a mi gran preocupación por Armand, sonreí y supe quién era, quién era yo, quién era Armand, quiénes éramos todos.
domingo, 24 de marzo de 2013
Capítulo XV
Los latidos de mi corazón no me dejaban oír, nuestras manos sudorosas se tornaban y entrelazaban con gran fuerza. Todo parecía en calma en la plaza no había nadie solo Armand y yo cuando de repente: (PUM, PUM, PUM (corazón)) se detuvo el tiempo….Miram apareció en lo alto de la plaza venia caminando sutilmente se paro a dos metros de nosotros, metió la mano en su bolsillo; un arma pensé, agarrando fuertemente la mano de Armand, el cual me aparto de su lado y se puso delante. Cerré los ojos cuando de repente un fuerte estruendo sacudió el cuerpo de Arman…minutos después me di cuenta de que algo fallaba abrí los ojos y contemple el cuerpo de Armand cayendo hacia delante y yo salpicada de sangre. NO PODIA SER..... ¿Por qué caía hacia delante si fue Miriam quien le disparó? ¿Por qué iba a tener yo sangre de él?, cuando finalmente pude ver delante de mi vi a Miriam pálida como las estatuas de la plaza con una carta en su mano. ¿No tenia sentido? ¿Quién iba a matar entonces a Armand? ¿Quién mataría al padre de mi hijo?
Se oían gritos a lo lejos Miriam se acercó corriendo a mi, me agarro fuerte del hombro y me llevó justo a detrás de una estatua allí me acurrucó, no sentía nada ni frió ni calor, ni miedo ni tristeza, todos los sonidos a mi alrededor se tornaban como si estuviera en el fondo de una piscina y alguien gritara por mi desde fuera, era todo tan hermético. Mis ojos seguían clavados en el cuerpo sin vida de Armand, pero de ellos no salía ni una lágrima de dolor. Intentaba moverme y no podía… de repente Miriam me agarró la cabeza y me dio tres cachetadas y me sacó de mi ensimismamiento reaccioné y empecé a llorar. Me cogió y fríamente me miro y me dijo en un español perfecto—muy bien espabila o muere – tras esto me cogió por el brazo y salimos corriendo de la estatua a una calle colindante, de repente empecé a notar pequeñas ráfagas de aire que cruzaban por nuestros pelos al viento acompañado de un extraño zumbido cuando en uno de las zancadas de la extraña que me salvaba la vida uno de esos zumbidos le llego a una de sus piernas; fue entonces cuando entendí que nos estaban disparando, me tropecé con su pie y salimos las dos rodando hasta afortunadamente llegar al callejón.
Fue allí donde me percate que Miriam estaba llena de sangre y tenía varias heridas en su torso. Fue entonces cuando sus ojos marrones me miraron y me extendió la carta y una llave y dijo casi sin fuerzas de vida -acuérdate de nosotros cuando mates al carbón…. Cerró los ojos lentamente y de su cuerpo salio el último aliento de vida.
domingo, 17 de marzo de 2013
Capítulo XIV
Eran las dos y media de la tarde, cuando por fin, decidimos salir a almorzar algo.Teníamos hambre, sobre todo yo, ese bebé demandaba cada vez más y más comida y yo notaba la sensación de fatiga ronroneando en mi estómago, cual león hambriento.Nos dirigimos a un restaurante cercano y comenzamos a pensar; el contacto con Roma parecía inevitable,pero¿en vez de la vacuna qué le daríamos sin levantar sospechas?.Estábamos bloqueados, no encontrábamos una solución al respecto.Sonó el móvil de Armand, era Miriam, quería encontrarse con él esa misma tarde.Armand me miraba dubitativo,haciéndome un gesto inquisitivo de no saber qué decir, al final, quedó con ella a las seis de la tarde en un pequeño parque cercano.Nos miramos unos segundos...adivinabámos el peligro que nos acechaba.Armand buscó y apretó mi mano con firmeza,calmando así el miedo que se estaba apoderando de mi.Subimos a la habitación para hablar con más intimidad y tranquilidad.Una vez allí, pensamos en que podríamos ir a un hospital e intentar hacernos con una especie de preparado que tuviera las mismas características en cuanto a su color y forma que la vacuna original,pero¿cómo lo haríamos? ¿qué diríamos, que somos doctores,estudiantes en prácticas,residentes,...? esto último parecía más creíble.
Fuimos sin demora a por unas tarjetas identificativas, no teníamos problemas para conseguirlas ya que en la ONG estábamos surtidos de ellas.Cambiamos los nombres,escaneamos fotos y bualá, todo parecía encajar muy bien.Buscamos en una tienda de uniformes unas batas blancas y hacia el hospital que llegamos.Nos dejaron entrar y pasamos a la planta correspondiente.Una vez allí, contactamos con Silvia, una amiga enfermera del hospital,que me debía algunos favores personales ,y conseguí que se hiciese con una especie de suero de la verdad que se asemejaba mucho a la vacuna en cuestión.Nos lo cedió sin mayor problema y nos fuimos raudos y veloces del lugar.Esperamos el contacto del Vaticano y al final,llamaron al móvil de Armand; una voz varonil,de mediana edad dijo de manera concisa y clara: -Nos veremos en la plaza sobre las cinco y media,llevaré puesta una bufanda azul oscuro y un abrigo negro con solapa gris_y colgó de forma muy brusca.A continuación, cogimos el suero lo introdujimos en la caja y rezamos para ver si no nos ocurría nada y salíamos ilesos de este gran embrollo en el que estábamos sumidos. Llegamos a la plaza sobre las cinco y cuarto; un frío gélido nos golpeaba la cara sin compasión alguna, el cielo estaba de un color gris plomizo, amenazaba tormenta ó por lo menos lluvía bastante intensa, miramos a un lado y a otro no aparecía nadie,comenzó a llover, una lluvía muy fina y débil que en cuestión de segundos se tornó en un enorme chaparrón. Armand y yo,cogidos fuertemente de la mano, esquivávamos sin suerte los grandes charcos a la vez que intentabámos buscar un lugar seguro para resguardarnos de aquellos goterones que nos atravesaban de lado a lado toda la ropa,toda la piel,empapándonos hasta lo más profundo de nuestro ser. Conseguimos llegar a un portal,en lo bajo de un edificio antiguo, nos quedamos allí largo rato ateridos de frío,esperando que escampara esa enorme tromba de agua y al final,igual que después de la tempestad viene la calma, así ocurrió,todo se volvió a quedar tranquilo y en calma. Decidimos ir de nuevo a la plaza a ver si encontrábamos a nuestro contacto.
Fuimos sin demora a por unas tarjetas identificativas, no teníamos problemas para conseguirlas ya que en la ONG estábamos surtidos de ellas.Cambiamos los nombres,escaneamos fotos y bualá, todo parecía encajar muy bien.Buscamos en una tienda de uniformes unas batas blancas y hacia el hospital que llegamos.Nos dejaron entrar y pasamos a la planta correspondiente.Una vez allí, contactamos con Silvia, una amiga enfermera del hospital,que me debía algunos favores personales ,y conseguí que se hiciese con una especie de suero de la verdad que se asemejaba mucho a la vacuna en cuestión.Nos lo cedió sin mayor problema y nos fuimos raudos y veloces del lugar.Esperamos el contacto del Vaticano y al final,llamaron al móvil de Armand; una voz varonil,de mediana edad dijo de manera concisa y clara: -Nos veremos en la plaza sobre las cinco y media,llevaré puesta una bufanda azul oscuro y un abrigo negro con solapa gris_y colgó de forma muy brusca.A continuación, cogimos el suero lo introdujimos en la caja y rezamos para ver si no nos ocurría nada y salíamos ilesos de este gran embrollo en el que estábamos sumidos. Llegamos a la plaza sobre las cinco y cuarto; un frío gélido nos golpeaba la cara sin compasión alguna, el cielo estaba de un color gris plomizo, amenazaba tormenta ó por lo menos lluvía bastante intensa, miramos a un lado y a otro no aparecía nadie,comenzó a llover, una lluvía muy fina y débil que en cuestión de segundos se tornó en un enorme chaparrón. Armand y yo,cogidos fuertemente de la mano, esquivávamos sin suerte los grandes charcos a la vez que intentabámos buscar un lugar seguro para resguardarnos de aquellos goterones que nos atravesaban de lado a lado toda la ropa,toda la piel,empapándonos hasta lo más profundo de nuestro ser. Conseguimos llegar a un portal,en lo bajo de un edificio antiguo, nos quedamos allí largo rato ateridos de frío,esperando que escampara esa enorme tromba de agua y al final,igual que después de la tempestad viene la calma, así ocurrió,todo se volvió a quedar tranquilo y en calma. Decidimos ir de nuevo a la plaza a ver si encontrábamos a nuestro contacto.
miércoles, 13 de marzo de 2013
Capítulo XIII
Comenzó a llover tanto que parecía el fin del mundo mientras los ventanales del aeropuerto vibraron con los chasquidos eléctricos de la tormenta. Pasé a pocos metros de la pareja entre la confusión de la terminal lanzándole una leve sonrisa a Armand y un discreto gesto señalándole el panel indicador de la cafetería. Armand asintió con un lento parpadeo -¿Quién diablos sería aquélla misteriosa mujer?– Dos únicos vuelos habían logrado aterrizar por la tormenta, mi avión de París y otro de Roma.
-¿Me las tendré que ver con una fogosa italiana? - Me pregunté mientras ojeaba sin interés la prensa local. Pero Armand no acudió a la cita, ya había pasado demasiado tiempo. Abandoné el aeropuerto cuando no quedaba nadie en la cafetería. La lentitud del taxi entre la cegadora bruma y la incesante lluvia hacían más penosa aún mi llegada a casa. No quería llorar pero no pude evitarlo mientras pensaba en mi pequeño Gilbert.
El sonido del móvil me devolvió a la realidad. - ¿Sí? – Contesté sin saber que era Armand quien me llamaba. –Por favor, Elena. Dile al taxista que se detenga voy conduciendo justo detrás. Y… allí estaba él, mojándose impasible mientras yo despedía al taxista. Nos besamos bajo la lluvia como no creo recordar haber besado a nadie en mi vida.
– Armand, Leonard ya tiene su juguetito pero sigo en peligro. - Se quedó paralizado al oír mis palabras. -Creo que yo trabajaba contigo en este asunto cuando tuvimos el accidente que nos llevó al hospital. ¿No es así? Tu vida también está en peligro. Leonard ha enviado uno de sus agentes a la isla… ¿Quién era la mujer del aeropuerto? Sabes que no estás solo en esto. ¿Por qué no me lo cuentas todo ahora?...
Armand me miró intensamente, como queriendo penetrar con su mirada en mi interior; y por nuestro hijo que consiguió turbarme y relajarme al mismo tiempo. Inspiró profundamente, como si fuera a zambullirse en los rápidos de un profundo río.
- Bien Elena, espero que te ayude a recordar. Ambos hemos venido trabajando para un Estado extranjero…nos reclutaron en la ONG de la Universidad Católica de París en la colaborábamos.
– ¿A quienes nos reclutaron? –Pregunté adivinando la respuesta. – Cloé, Alfred, tú y yo, y… Céline, muestra amada Céline. Todos nosotros conocíamos su trabajo con el virus del Ébola. Cuando al fin obtuvo la vacuna fuimos a celebrarlo a su estudio de París… ¡Cuanta felicidad compartimos ese día! Estabas preciosa e inalcanzable para mí, ¡Parecías tan enamorada de Alfred! - En fin, Elena. -Prosiguió Armand. – Cuando desapareció Céline y con ella su laboratorio y sus esperanzas fue cuando recibimos al agente de la Iglesia y a aquel ruso extravagante al que le haríamos la entrega.
-¿De la Iglesia, dices? Más bien del Vaticano – le dije al tiempo que empezaba ordenar la urdimbre de mis recuerdos. Armand, emocionado me cogió de las dos manos con muchísima ternura y continuó: -Aquel día nos prometimos rescatar la vacuna. Céline nos dejó la pista para recobrarla sin le pasara algo. Desconocíamos las verdaderas intenciones del Vaticano, pero por Céline nos conjuramos una noche de absenta y de recuerdos.
Armand puso en marcha su coche mientras comenzaba a aclarar el día. Le conté lo de Leonard; lo de Said…Bueno, casi todo lo de Said. –Siento haber fracasado. –Le dije cuando llegamos al Hotel. - ¿Por qué dices eso? - Me respondió sonriente, como si guardara un secreto. – La vacuna – le dije - Ahora está en manos de Leonard. –No has fracasado en absoluto Elena. La llevas en tu sansonite. Siempre la has tenido contigo casi desde que llegaste a París, fue cosa de Cloé. La ampolla de la lucecita roja fue una creación muy imaginativa de Alfred que por su puesto se tragó Leonard. La vacuna está en un frasquito de lo más normal junto a un cd. Eso es todo. - Somos novatos en esto, pero somos buenos. - Muy buenos – Añadí-.
- ¿Y la mujer del aeropuerto? - Le pregunté. - A Miriam no la conociste, por eso no puedes recordarla. – Quiere retomar conmigo una antigua relación y ha venido desde Roma…
- ¿Cuántas personas han entrado en contacto contigo estos últimos días? - Le interrogué. – Sólo Miriam. - Creo que Miriam es el “hombre” de Leonard en Tenerife. No puede ser casualidad su presencia aquí. Tenemos que urdir un plan para conocer sus intenciones y deshacernos de ella. No sabes cuánto me necesitas ahora, Armand.
Caímos agotados en la cama del hotel, observé mi vientre y le dediqué una sonrisa. Mi secreto seguía conmigo. Dormimos profundamente hasta el mediodía. Por ahora estábamos seguros y decididos y, en mi mente, todo empezaba a aclararse. Sólo esperábamos el contacto de Roma. Pero algo olía mal en el Vaticano. Ceder la vacuna a esa nación extranjera a cambio de evangelizar Rusia no casaba bien con el homenaje que esperábamos hacerle a Céline y ahora a Alfred. Estábamos aprendiendo muy rápido.
-¿Me las tendré que ver con una fogosa italiana? - Me pregunté mientras ojeaba sin interés la prensa local. Pero Armand no acudió a la cita, ya había pasado demasiado tiempo. Abandoné el aeropuerto cuando no quedaba nadie en la cafetería. La lentitud del taxi entre la cegadora bruma y la incesante lluvia hacían más penosa aún mi llegada a casa. No quería llorar pero no pude evitarlo mientras pensaba en mi pequeño Gilbert.
El sonido del móvil me devolvió a la realidad. - ¿Sí? – Contesté sin saber que era Armand quien me llamaba. –Por favor, Elena. Dile al taxista que se detenga voy conduciendo justo detrás. Y… allí estaba él, mojándose impasible mientras yo despedía al taxista. Nos besamos bajo la lluvia como no creo recordar haber besado a nadie en mi vida.
– Armand, Leonard ya tiene su juguetito pero sigo en peligro. - Se quedó paralizado al oír mis palabras. -Creo que yo trabajaba contigo en este asunto cuando tuvimos el accidente que nos llevó al hospital. ¿No es así? Tu vida también está en peligro. Leonard ha enviado uno de sus agentes a la isla… ¿Quién era la mujer del aeropuerto? Sabes que no estás solo en esto. ¿Por qué no me lo cuentas todo ahora?...
Armand me miró intensamente, como queriendo penetrar con su mirada en mi interior; y por nuestro hijo que consiguió turbarme y relajarme al mismo tiempo. Inspiró profundamente, como si fuera a zambullirse en los rápidos de un profundo río.
- Bien Elena, espero que te ayude a recordar. Ambos hemos venido trabajando para un Estado extranjero…nos reclutaron en la ONG de la Universidad Católica de París en la colaborábamos.
– ¿A quienes nos reclutaron? –Pregunté adivinando la respuesta. – Cloé, Alfred, tú y yo, y… Céline, muestra amada Céline. Todos nosotros conocíamos su trabajo con el virus del Ébola. Cuando al fin obtuvo la vacuna fuimos a celebrarlo a su estudio de París… ¡Cuanta felicidad compartimos ese día! Estabas preciosa e inalcanzable para mí, ¡Parecías tan enamorada de Alfred! - En fin, Elena. -Prosiguió Armand. – Cuando desapareció Céline y con ella su laboratorio y sus esperanzas fue cuando recibimos al agente de la Iglesia y a aquel ruso extravagante al que le haríamos la entrega.
-¿De la Iglesia, dices? Más bien del Vaticano – le dije al tiempo que empezaba ordenar la urdimbre de mis recuerdos. Armand, emocionado me cogió de las dos manos con muchísima ternura y continuó: -Aquel día nos prometimos rescatar la vacuna. Céline nos dejó la pista para recobrarla sin le pasara algo. Desconocíamos las verdaderas intenciones del Vaticano, pero por Céline nos conjuramos una noche de absenta y de recuerdos.
Armand puso en marcha su coche mientras comenzaba a aclarar el día. Le conté lo de Leonard; lo de Said…Bueno, casi todo lo de Said. –Siento haber fracasado. –Le dije cuando llegamos al Hotel. - ¿Por qué dices eso? - Me respondió sonriente, como si guardara un secreto. – La vacuna – le dije - Ahora está en manos de Leonard. –No has fracasado en absoluto Elena. La llevas en tu sansonite. Siempre la has tenido contigo casi desde que llegaste a París, fue cosa de Cloé. La ampolla de la lucecita roja fue una creación muy imaginativa de Alfred que por su puesto se tragó Leonard. La vacuna está en un frasquito de lo más normal junto a un cd. Eso es todo. - Somos novatos en esto, pero somos buenos. - Muy buenos – Añadí-.
- ¿Y la mujer del aeropuerto? - Le pregunté. - A Miriam no la conociste, por eso no puedes recordarla. – Quiere retomar conmigo una antigua relación y ha venido desde Roma…
- ¿Cuántas personas han entrado en contacto contigo estos últimos días? - Le interrogué. – Sólo Miriam. - Creo que Miriam es el “hombre” de Leonard en Tenerife. No puede ser casualidad su presencia aquí. Tenemos que urdir un plan para conocer sus intenciones y deshacernos de ella. No sabes cuánto me necesitas ahora, Armand.
Caímos agotados en la cama del hotel, observé mi vientre y le dediqué una sonrisa. Mi secreto seguía conmigo. Dormimos profundamente hasta el mediodía. Por ahora estábamos seguros y decididos y, en mi mente, todo empezaba a aclararse. Sólo esperábamos el contacto de Roma. Pero algo olía mal en el Vaticano. Ceder la vacuna a esa nación extranjera a cambio de evangelizar Rusia no casaba bien con el homenaje que esperábamos hacerle a Céline y ahora a Alfred. Estábamos aprendiendo muy rápido.
domingo, 10 de marzo de 2013
Capítulo XII
Subo a la habitación... sangre fría... y sin pestañear lo más mínimo me dirijo al baño, lleno la bañera de agua caliente con aceite perfumado y espuma...
Ahora, ya sumergida en el agua, cierro los ojos y añasco mi plan, me froto suavemente la piel, el pelo...
Al salir me envuelvo en el albornoz y me unto el cuerpo en crema. Me afianzo en mis tacones negros y desnuda me enfundo en mi abrigo también negro.
Sé que dentro del bolso tengo diferentes botes de tranquilizantes, hago una mezcla de pastillas y las escacho con ayuda de la pata de la cama sin hacer ruido, en estos momentos me estoy jugando la vida.
No me reconozco ni a mí misma, al mirarme en el espejo veo una mujer bella y serena. Un toque de perfume, bajo las escaleras, introduzco en polvo de pastillas en una de las copas, la sidra, y lista para empezar la actuación.
¡Said!... Entorno suavemente su puerta y de golpe se incorpora de la cama apuntándome con una pistola.
¡Said!... repito y dejo caer muy despacio el abrigo hasta dejar descubierto mi pecho, noto que titubea, pero en sus ojos ya empieza a arder el deseo del placer.
Me vuelvo de espaldas y dejo caer lentamente el abrigo al suelo, tengo que sentirme una diosa deseada y girando mi cabeza hacia él identifico una mirada oscura, dura, que me atraviesa de lleno. En cuestión de segundos ya está junto a mí y me arrastra hasta la pared, elevándome del suelo me penetra con fuerzas embistiéndome una y otra vez. Su respiración se acelera y jadea sin control... Ya en la cama soy yo la que cabalga frenéticamente sobre él. Antes de llegar al clímax lo paro bruscamente y le obligo a darse la vuelta boca abajo, acaricio su espalda, le beso el cuello y vuelvo a parar...
Llega el momento de servir las copas. -Said, ven a brindar conmigo éste momento de placer... Ahora si estoy en tensión, tiemblo sólo de pensar que si se niega a beber todo mi plan se viene abajo.
Said se incorpora, me sonríe y de un trago bebe su copa... ¡Uff!, respiro, ¡bien!. Es ahora cuando él me indica que sea yo la que me gire boca abajo y comienza de nuevo a torturarme, a gemir, a derramar sus fluidos dentro mí.
Poco a poco percibo como sus músculos comienzan a relajarse, quiere continuar pero ya se puede entrever que sus facultades físicas se debilitan y se queda adormilado sobre mí.
Dime Said, ¿por qué el Dr. Leonard me trajo contigo hasta aquí?, él calla y yo le sirvo otra copa más.
Bebe despacio y me contesta con demasiada lentitud, casi balbuceando las palabras: -El doctor Leonard es un buen hombre, le han arrebatado a su hija, lo que más quería, ahora busca venganza. Le entregaste la cepa Altrou, a la que su hija le dedicó muchos años de su vida para hacer el bien, pero él le va a dar otro fin bastante más perjudicial que en un principio. Debe liquidar a toda persona que esté relacionada con éste tema. En ti pudo ver de nuevo a Celine y le llamaste mucho la atención, pero también estás involucrada, debo hacerte desaparecer.
- ¿Tiene otro "guardaespalda" en Tenerife? -Sí, persigue a un francés que ha metido las narices en ésto.
Intento seguir preguntando pero ya está demasiado drogado bajo los efectos de los somníferos. Me levanto con calma cojo mi móvil, las llaves de la casa, las del coche de Said y la pistola. Subo la escalera, me pongo el vestido, agarro mi bolso y me bolso y me voy, por fin me voy de aquí.
Arranco el coche y sin pensarlo dos veces me dirijo rumbo al aeropuerto, quiero irme de aquí, necesito estar en mi isla con mi familia, con Armand, contarle todo lo que ya se, deseo ayudarlo tal y como me pedía en su carta. Por supuesto faltan cabos por atar, pero creo que el peligro número uno es el doctor Leonard. Sigo dándole vuelta a la cabeza y llego a la conclusión de que la única que pudo haber metido la cepa en mi bolso fue Cloe, quizás desesperada sabiendo que Alfred corría peligro.
¡Dios! agradezco tanto el aire que entra por la ventanilla abierta, el coche es cómodo y rápido, pongo música clásica muy bajita y toco mi vientre, tres palabras tengo guardadas como un tesoro para mí: -"Está usted embarazada"- y empiezo a hablar con mi hijo al que ya le he puesto hasta nombre "Gilbert", no se por qué pero ese nombre guarda algún secreto que no soy capaz aún de dilucidar.
Antes de llegar al aeropuerto, aparco el coche en un pueblito cercano y pillo un taxi que me lleve hasta allí. Al sacar el billete reparo en que hay que esperar bastante tiempo a que salga mi vuelo, voy al aseo y me lavo como puedo, quiero sacar de mi cuerpo toda huella que hubiese dejado Said en mí. Me acomodo en el sillón más confortable que encuentro y enciendo el móvil, ¡joo! qué cantidad de mensajes y llamadas perdidas. Entre ellas las que más me importan son las de Armand y las de mi madre. Hablo un buen rato con ella y le cuento que el viaje fue movidito, pero muy bueno al reencontrarme con viejos amigos.. Dulces mentiras para ella.
Armand no contesta mis llamadas.
Ya en el avión rumbo a Tenerife, diez de la noche, exhausta, cubierta con una manta que me ofrece la azafata y el antifaz para poder descansar, duermo profundamente hasta que la misma chica me despierta advirtiéndome que en breve aterrizaremos.
En cuanto mis pies pisa tierra siento una inmensa alegría que pronto, muy pronto se desvanecerá cuando se abra la puerta de desembaque y la primera imagen que graba mi retina es... es ver a Armand abrazado a una chica que lleva un bouquet de flores blancas.
miércoles, 6 de marzo de 2013
Capítulo XI
Sin pasar por el hotel, por precaución, tomé rumbo a un lugar que no conocía, de la única compañía de Said. Mi seguridad estaba en sus manos. No tenía elección. Me sentía perdida.
Sueños, recuerdos y realidad se entremezclan en mi cabeza. Tenía que emprender el difícil viaje al interior de mi mente y recordar, recordar…Tenía que encajar las piezas del puzle en el que se había convertido mi vida.
-Amnesia postraumática- me habían dicho en el hospital-. El Dr. Durán me explicó que era normal después de un accidente y que habría episodios de mi vida que no recordaría. -Son fugas de memoria; que posiblemente irá recuperando. No sabría decirle lo que durará.
-¡Necesitaba recordar con urgencia!. Sabía que el peligro me acechaba.
Salí de mi ensimismamiento al oír la voz de Said, adivinando mi estado de angustia y ansiedad.
-No se preocupe, señorita- donde vamos estará segura.
Sus palabras no lograron tranquilizarme. Mientras cruzábamos Paris ,mi mente se entretuvo en el paisaje que veían mis ojos; en cómo se iba notando la reducción de las horas de luz solar; que pasaba a ser sustituida por las que nos proporcionan las farolas y las bombillas. Los transeúntes aceleraban el paso por las calles buscando el refugio en casa o comercios.
-Said, hemos salido fuera de la ciudad, has cogido la vía que lleva a Estrasburgo. ¿Vamos a ir tan lejos?. ¿Me puedes decir a dónde nos dirigimos?-. Me castañeaban los dientes de miedo, estaba en manos de un hombre al que hacía una hora acababa de conocer.
-Tranquilíizese, en una hora llegaremos a una casa que tiene el Dr. Leonard en la Campiña, le gustará.
- Said, ¿ Me permites que te haga una pregunta personal? -Sí, claro
-¿Eres francés?- Sí, soy francés, aunque nací en Siria.
Al llegar a la casa, no me entretuve ni en echarle un vistazo. Sólo alcancé a ver que en la mesa del recibidor había una botella de sidra y una bandeja de dulces. Lo que me apetecía realmente era darme un baño e irme a la cama después de haberme tomado un par de tranquilizantes; que ya estaban formando parte de mi dieta.
-Señorita Elena, mañana vendrá Nadine, a ocuparse de la limpieza de la casa y de la cocina- que usted descanse. Buenas noches. Yo estaré en la habitación que está al lado de la cocina, por si me necesita.
-Gracias Said, buenas noches.
Alfred, Armand, Clóe…artefactos biológicos, hombres que nos persiguen…apenas me acordaba de las últimas personas que habían formado parte de mi vida. No lograba encajarlas, y ya Alfred no estaba, había muerto; Armand en peligro y espero que vivo. Yo estaba de más; era como si me hubiese equivocado de secuencia dentro de una película.
Y las últimas en entrar en mi vida: el Dr. Leonard, Said.¿Por qué un médico necesitaba un guardaespaldas?. ¿Podía confiar en ellas?
Tenía que llamar a Clóe y preguntarle si conocía a Armand y me hablara de él. No me lo quitaba de la cabeza. Tenía que haber seguido sus consejos, ya me lo había advertido ¡No vayas a Francia!. Y ahora, yo aquí y él en Tenerife. Y los dos en peligro.
Eran las ocho de la mañana cuando desperté; y es cuando me fijé en la estancia: los suelos de madera, paredes enteladas con gran gusto y vistas a un jardín desde el que se evidenciaba que estábamos en otoño. El paisaje era espectacular, el follaje ocre y rojizo inundaba todos los caminos esparciendo toda su belleza en un paraíso de colores. Hubo un momento en que mi mente se relajó.
De pronto se me había abierto el apetito y bajé a la cocina; pero no vi a nadie. Ni a la tal Nadine, ni a Said. Oí voces en la habitación de éste y me acerqué silenciosamente.
-Está todo bajo control, Dr. Está totalmente incomunicada. Le he retirado su teléfono móvil. La liquidaremos en cuanto….. Ya no pude oír más; aunque las piernas eran como flanes subí lo más rápidamente que pude las escaleras. Corrí hacia el bolso en busca de mi móvil.
¡No estaba! ¡Ese hijo de puta me lo había quitado! Olía el peligro,¡ tenía que salir de allí!
Pero, a ¿dónde? Y sobre todo ¿Cómo escaparía?
Sueños, recuerdos y realidad se entremezclan en mi cabeza. Tenía que emprender el difícil viaje al interior de mi mente y recordar, recordar…Tenía que encajar las piezas del puzle en el que se había convertido mi vida.
-Amnesia postraumática- me habían dicho en el hospital-. El Dr. Durán me explicó que era normal después de un accidente y que habría episodios de mi vida que no recordaría. -Son fugas de memoria; que posiblemente irá recuperando. No sabría decirle lo que durará.
-¡Necesitaba recordar con urgencia!. Sabía que el peligro me acechaba.
Salí de mi ensimismamiento al oír la voz de Said, adivinando mi estado de angustia y ansiedad.
-No se preocupe, señorita- donde vamos estará segura.
Sus palabras no lograron tranquilizarme. Mientras cruzábamos Paris ,mi mente se entretuvo en el paisaje que veían mis ojos; en cómo se iba notando la reducción de las horas de luz solar; que pasaba a ser sustituida por las que nos proporcionan las farolas y las bombillas. Los transeúntes aceleraban el paso por las calles buscando el refugio en casa o comercios.
-Said, hemos salido fuera de la ciudad, has cogido la vía que lleva a Estrasburgo. ¿Vamos a ir tan lejos?. ¿Me puedes decir a dónde nos dirigimos?-. Me castañeaban los dientes de miedo, estaba en manos de un hombre al que hacía una hora acababa de conocer.
-Tranquilíizese, en una hora llegaremos a una casa que tiene el Dr. Leonard en la Campiña, le gustará.
- Said, ¿ Me permites que te haga una pregunta personal? -Sí, claro
-¿Eres francés?- Sí, soy francés, aunque nací en Siria.
Al llegar a la casa, no me entretuve ni en echarle un vistazo. Sólo alcancé a ver que en la mesa del recibidor había una botella de sidra y una bandeja de dulces. Lo que me apetecía realmente era darme un baño e irme a la cama después de haberme tomado un par de tranquilizantes; que ya estaban formando parte de mi dieta.
-Señorita Elena, mañana vendrá Nadine, a ocuparse de la limpieza de la casa y de la cocina- que usted descanse. Buenas noches. Yo estaré en la habitación que está al lado de la cocina, por si me necesita.
-Gracias Said, buenas noches.
Alfred, Armand, Clóe…artefactos biológicos, hombres que nos persiguen…apenas me acordaba de las últimas personas que habían formado parte de mi vida. No lograba encajarlas, y ya Alfred no estaba, había muerto; Armand en peligro y espero que vivo. Yo estaba de más; era como si me hubiese equivocado de secuencia dentro de una película.
Y las últimas en entrar en mi vida: el Dr. Leonard, Said.¿Por qué un médico necesitaba un guardaespaldas?. ¿Podía confiar en ellas?
Tenía que llamar a Clóe y preguntarle si conocía a Armand y me hablara de él. No me lo quitaba de la cabeza. Tenía que haber seguido sus consejos, ya me lo había advertido ¡No vayas a Francia!. Y ahora, yo aquí y él en Tenerife. Y los dos en peligro.
Eran las ocho de la mañana cuando desperté; y es cuando me fijé en la estancia: los suelos de madera, paredes enteladas con gran gusto y vistas a un jardín desde el que se evidenciaba que estábamos en otoño. El paisaje era espectacular, el follaje ocre y rojizo inundaba todos los caminos esparciendo toda su belleza en un paraíso de colores. Hubo un momento en que mi mente se relajó.
De pronto se me había abierto el apetito y bajé a la cocina; pero no vi a nadie. Ni a la tal Nadine, ni a Said. Oí voces en la habitación de éste y me acerqué silenciosamente.
-Está todo bajo control, Dr. Está totalmente incomunicada. Le he retirado su teléfono móvil. La liquidaremos en cuanto….. Ya no pude oír más; aunque las piernas eran como flanes subí lo más rápidamente que pude las escaleras. Corrí hacia el bolso en busca de mi móvil.
¡No estaba! ¡Ese hijo de puta me lo había quitado! Olía el peligro,¡ tenía que salir de allí!
Pero, a ¿dónde? Y sobre todo ¿Cómo escaparía?
domingo, 3 de marzo de 2013
Capítulo X
Tras una noche agotadora y de insomnio, la mañana no se dibujaba mucho mejor. Ansiosa tomé lo necesario, incluyendo el artefacto de la nevera, lo coloqué en un termo de mayor tamaño y lo cubrí de hielo, por temor a que comenzara a sonar de nuevo. Entonces me dirigí a una cafetería mientras hacía tiempo para la cita con el doctor Léonard.
Ya cerca de las 11 a.m. me encontraba frente a una gran casa en las afueras de la ciudad. Toqué el timbre y una voz afable e interrogadora me recibió.
- Señorita…
- ¡Hola! Soy Elena…
- Si, señorita. El doctor la está esperando, acompáñeme por favor.
Mientras atravesaba los jardines anonadada, admiraba la belleza y el lujo de aquella mansión deslumbrante por su riqueza e historia.
-Señorita…
- Si, diga usted-interrumpí a la sirvienta.
-El doctor pronto la atenderá ¿Desea beber algo mientras espera?
- Un té por favor.
Aún sin terminar de hablar la voz del doctor me interrumpió.
-¡Buenos días señorita Elena! Me siento halagado de que finalmente haya aceptado mi invitación.
- Señora Marion, por favor, escocés doble para mí y lo que pida la señorita Elena…Luego lleve el servicio al jardín de atrás, el día es hermoso y la ocasión lo amerita.
- Sí, señor Léonard.
- Bueno, Elena ¡Vamos al jardín! Espero que no te importe que te llame por tu nombre ¿Me dejas el bolso?
-¡Noooo!
Se hizo un silencio espeso y me di cuenta que mi reacción había sido desproporcionada, pero el contenido de mi bolso se había convertido en mi mayor preocupación.
-Disculpe doctor, estoy algo nerviosa, tengo algo dentro del bolso que me gustaría enseñarle.
-De acuerdo, de ser así como tú quieras.
Ya en la terraza del jardín, las vistas y el ambiente eran realmente envolventes, serenos, oníricos, pero mis pensamientos no me dejaban disfrutar de ello y pronto Léonard comenzó a hacerme preguntas sobre mi vida y otras cosas, sin poder contenerme lo corté…
-Léonard eeeeh…¡Discúlpeme! Sé que tal vez mi visita le haya hecho pensar que puede haber algo entre nosotros, pero realmente mi intención…
-¡Jajajajaja!
La carcajada de Léonard me asombró por completo.
-Elena ¿Crees que te traje hasta aquí para conquistarte, como uno de esos viejos ricachones que van buscando aventuras con jovencitas?
Me estaba hablando mientras no paraba de reírse y al instante entre lágrimas me dijo:
-¡Acompáñame, por favor!
Desconfiada entré en la casona y nos dirigimos directamente a una gran puerta en la segunda planta. Al entrar pasamos a un salón enorme…
-Este es mi estudio personal y el lugar donde paso la mayor parte de mi tiempo, cuando no estoy en el Hospital, por supuesto.
Un cuadro detrás del escritorio, enseguida me llamó la atención, era una chica de unos treinta años, extremadamente parecida a mí. Por mi mente pasaron cosas raras cuando Léonard continuó diciéndome…
-¿Ves ese retrato? ¿Cuánto se parece a ti?
-Sííííí
-Es mi hija Céline, murió hace cinco años.
-¡Oh! Lo siento.
- No, no te preocupes. Como ves mi atracción por ti no es más que la de un padre por su hija, por esto te invité, porque desde la primera vez que te vi me pareció que casi estaba hablando con mi Céline…
-¡Oh Léonard! Lo siento, no fue mi intención.
- No importa, pero ¡Sentémonos y descubramos cuáles eran entonces tus intenciones! ¡Jajaja!
-Léonard es lo que tengo en mi bolso, busco respuestas y quizás tú las tengas…
-¡Bueno, veamos!
Saqué el termo metálico del bolso, lo abrí y al sacar el pequeño frasco de entre los derretidos pedazos de hielo, Léonard quedó pálido hasta caer hacia detrás…
-¡Oh, Dios mío!
El miedo recorrió todo mi cuerpo, la palidez del rostro de Léonard y su expresión, fue como si una brasa de calor atomizara todo mi cuerpo. Podía sentir el sudor recorrer mi frente y mis mejillas.
-Léonard, me está asustando…
-Elena ¿Cómo llegó eso a ti? ¿De dónde lo sacaste? ¿Quién eres?
No dejaba de hacerme preguntas con expresión desesperada.
-¡Léonard, Léonard!…No sé -le grité desorbitadamente, hasta que por fin quedó callado.
De repente apareció en la puerta la Señora Marion atraída por los gritos.
-Señor Léonard ¿Sucede algo?
-No, Marion, gracias, puedes retirarte, estamos bien y cierra la puerta al salir, por favor.
Cada vez estaba más asustada, sentía que todo aquello era más grave de lo que había imaginado...Entonces Léonard me dijo:
-¡Elena, me lo das, por favor!
Tuve dudas, el momento y la situación no eran los más apropiados, pero insistió…
-¡Por favor, hija mía, dámelo!
Se lo entregué y comenzó a observarlo detenidamente.
-Elena, no estoy seguro aún, me gustaría hacer algunas pruebas en uno de mis laboratorios.
-¿Seguro de qué, Léonard?
-Te explico: Hace diez años Céline era bioquímica e investigadora de enfermedades tropicales y estudiaba la cepa del virus Évola. Después de años de esfuerzo, encontró una cura, al menos eso fue lo que me dijo la noche antes de que muriera. Recuerdo que estaba eufórica. A la mañana siguiente había desaparecido y el laboratorio amaneció envuelto en llamas. Tiempo después, sin encontrar pistas, la policía cerró la investigación, pero según los investigadores que contraté, esa noche, el sistema de seguridad había sido manipulado. Aunque investigadores de otras agencias confirmaron las pruebas del sistema de seguridad, siempre les llevaron a callejones sin salida y ahora tú puedes estar en peligro.
-¿Yooo??
-Sí Elena, atando cabos, el día que llegaste al Hospital, habías presenciado un accidente y al parecer conocías a la víctima…
-Sí, Alfred.
-El mismo. Alfred no era guía turístico sino el contacto de alguien que sabía que tú tenías la cepa, además de ser un agente del FBI. De la misma manera que introdujeron la cepa en tu bolso, intentarían obtenerla. Supongo que alguien lo seguía y lo eliminaron antes de llegar a ti. Eso nos da un poco de tiempo. Ahora lo mejor será que vuelvas a tu hotel, recojas lo necesario y te ocultes, yo sé dónde llevarte para que no te encuentren. Lo más importante es que estés segura.
Estaba realmente atemorizada. Sin darme cuenta, mi vida se había convertido en una locura, era carnada de peces voraces.
Léonard llamó a Marion y en voz baja le dio las instrucciones necesarias. Después me preguntó: - ¿Recuerdas algo más del accidente de Alfred que te llamara la atención?
-Sólo un hombre alto, con traje gris y ojos azules, inclinado sobre los curiosos que miraban…Ahora me doy cuenta de que lo he visto antes en algún sitio…
En ese momento, un hombre mulato de cuerpo fornido y expresión seria, apareció en la habitación:
-Señor Léonard…
-¡Ah, Said! Te presento a la señorita Elena, llévala a donde te diga y protégela como si fuera yo mismo.
-Sí señor, entiendo.
Léonard se volvió hacia mí y con expresión de dulzura y una sonrisa identificativa como alguien que te conoce de toda la vida me dijo:
Elena, cuídate y no confíes en nadie, pronto nos veremos y espero tener los resultados del frasco verificando lo que es realmente.
Mientras seguía al guardaespaldas hasta la limousine pensaba en Armand ¿Dónde estaría? ¿Me llamaría otra vez? Ahora únicamente debería pensar en mí y en mi bebé, si no salvaba mi vida no lo volvería a ver más…
Ya cerca de las 11 a.m. me encontraba frente a una gran casa en las afueras de la ciudad. Toqué el timbre y una voz afable e interrogadora me recibió.
- Señorita…
- ¡Hola! Soy Elena…
- Si, señorita. El doctor la está esperando, acompáñeme por favor.
Mientras atravesaba los jardines anonadada, admiraba la belleza y el lujo de aquella mansión deslumbrante por su riqueza e historia.
-Señorita…
- Si, diga usted-interrumpí a la sirvienta.
-El doctor pronto la atenderá ¿Desea beber algo mientras espera?
- Un té por favor.
Aún sin terminar de hablar la voz del doctor me interrumpió.
-¡Buenos días señorita Elena! Me siento halagado de que finalmente haya aceptado mi invitación.
- Señora Marion, por favor, escocés doble para mí y lo que pida la señorita Elena…Luego lleve el servicio al jardín de atrás, el día es hermoso y la ocasión lo amerita.
- Sí, señor Léonard.
- Bueno, Elena ¡Vamos al jardín! Espero que no te importe que te llame por tu nombre ¿Me dejas el bolso?
-¡Noooo!
Se hizo un silencio espeso y me di cuenta que mi reacción había sido desproporcionada, pero el contenido de mi bolso se había convertido en mi mayor preocupación.
-Disculpe doctor, estoy algo nerviosa, tengo algo dentro del bolso que me gustaría enseñarle.
-De acuerdo, de ser así como tú quieras.
Ya en la terraza del jardín, las vistas y el ambiente eran realmente envolventes, serenos, oníricos, pero mis pensamientos no me dejaban disfrutar de ello y pronto Léonard comenzó a hacerme preguntas sobre mi vida y otras cosas, sin poder contenerme lo corté…
-Léonard eeeeh…¡Discúlpeme! Sé que tal vez mi visita le haya hecho pensar que puede haber algo entre nosotros, pero realmente mi intención…
-¡Jajajajaja!
La carcajada de Léonard me asombró por completo.
-Elena ¿Crees que te traje hasta aquí para conquistarte, como uno de esos viejos ricachones que van buscando aventuras con jovencitas?
Me estaba hablando mientras no paraba de reírse y al instante entre lágrimas me dijo:
-¡Acompáñame, por favor!
Desconfiada entré en la casona y nos dirigimos directamente a una gran puerta en la segunda planta. Al entrar pasamos a un salón enorme…
-Este es mi estudio personal y el lugar donde paso la mayor parte de mi tiempo, cuando no estoy en el Hospital, por supuesto.
Un cuadro detrás del escritorio, enseguida me llamó la atención, era una chica de unos treinta años, extremadamente parecida a mí. Por mi mente pasaron cosas raras cuando Léonard continuó diciéndome…
-¿Ves ese retrato? ¿Cuánto se parece a ti?
-Sííííí
-Es mi hija Céline, murió hace cinco años.
-¡Oh! Lo siento.
- No, no te preocupes. Como ves mi atracción por ti no es más que la de un padre por su hija, por esto te invité, porque desde la primera vez que te vi me pareció que casi estaba hablando con mi Céline…
-¡Oh Léonard! Lo siento, no fue mi intención.
- No importa, pero ¡Sentémonos y descubramos cuáles eran entonces tus intenciones! ¡Jajaja!
-Léonard es lo que tengo en mi bolso, busco respuestas y quizás tú las tengas…
-¡Bueno, veamos!
Saqué el termo metálico del bolso, lo abrí y al sacar el pequeño frasco de entre los derretidos pedazos de hielo, Léonard quedó pálido hasta caer hacia detrás…
-¡Oh, Dios mío!
El miedo recorrió todo mi cuerpo, la palidez del rostro de Léonard y su expresión, fue como si una brasa de calor atomizara todo mi cuerpo. Podía sentir el sudor recorrer mi frente y mis mejillas.
-Léonard, me está asustando…
-Elena ¿Cómo llegó eso a ti? ¿De dónde lo sacaste? ¿Quién eres?
No dejaba de hacerme preguntas con expresión desesperada.
-¡Léonard, Léonard!…No sé -le grité desorbitadamente, hasta que por fin quedó callado.
De repente apareció en la puerta la Señora Marion atraída por los gritos.
-Señor Léonard ¿Sucede algo?
-No, Marion, gracias, puedes retirarte, estamos bien y cierra la puerta al salir, por favor.
Cada vez estaba más asustada, sentía que todo aquello era más grave de lo que había imaginado...Entonces Léonard me dijo:
-¡Elena, me lo das, por favor!
Tuve dudas, el momento y la situación no eran los más apropiados, pero insistió…
-¡Por favor, hija mía, dámelo!
Se lo entregué y comenzó a observarlo detenidamente.
-Elena, no estoy seguro aún, me gustaría hacer algunas pruebas en uno de mis laboratorios.
-¿Seguro de qué, Léonard?
-Te explico: Hace diez años Céline era bioquímica e investigadora de enfermedades tropicales y estudiaba la cepa del virus Évola. Después de años de esfuerzo, encontró una cura, al menos eso fue lo que me dijo la noche antes de que muriera. Recuerdo que estaba eufórica. A la mañana siguiente había desaparecido y el laboratorio amaneció envuelto en llamas. Tiempo después, sin encontrar pistas, la policía cerró la investigación, pero según los investigadores que contraté, esa noche, el sistema de seguridad había sido manipulado. Aunque investigadores de otras agencias confirmaron las pruebas del sistema de seguridad, siempre les llevaron a callejones sin salida y ahora tú puedes estar en peligro.
-¿Yooo??
-Sí Elena, atando cabos, el día que llegaste al Hospital, habías presenciado un accidente y al parecer conocías a la víctima…
-Sí, Alfred.
-El mismo. Alfred no era guía turístico sino el contacto de alguien que sabía que tú tenías la cepa, además de ser un agente del FBI. De la misma manera que introdujeron la cepa en tu bolso, intentarían obtenerla. Supongo que alguien lo seguía y lo eliminaron antes de llegar a ti. Eso nos da un poco de tiempo. Ahora lo mejor será que vuelvas a tu hotel, recojas lo necesario y te ocultes, yo sé dónde llevarte para que no te encuentren. Lo más importante es que estés segura.
Estaba realmente atemorizada. Sin darme cuenta, mi vida se había convertido en una locura, era carnada de peces voraces.
Léonard llamó a Marion y en voz baja le dio las instrucciones necesarias. Después me preguntó: - ¿Recuerdas algo más del accidente de Alfred que te llamara la atención?
-Sólo un hombre alto, con traje gris y ojos azules, inclinado sobre los curiosos que miraban…Ahora me doy cuenta de que lo he visto antes en algún sitio…
En ese momento, un hombre mulato de cuerpo fornido y expresión seria, apareció en la habitación:
-Señor Léonard…
-¡Ah, Said! Te presento a la señorita Elena, llévala a donde te diga y protégela como si fuera yo mismo.
-Sí señor, entiendo.
Léonard se volvió hacia mí y con expresión de dulzura y una sonrisa identificativa como alguien que te conoce de toda la vida me dijo:
Elena, cuídate y no confíes en nadie, pronto nos veremos y espero tener los resultados del frasco verificando lo que es realmente.
Mientras seguía al guardaespaldas hasta la limousine pensaba en Armand ¿Dónde estaría? ¿Me llamaría otra vez? Ahora únicamente debería pensar en mí y en mi bebé, si no salvaba mi vida no lo volvería a ver más…
miércoles, 27 de febrero de 2013
Capitulo IX
Nada más ver su rostro, recordé de golpe muchos momentos alegres vividos con él en aquellos días de turismo por Paris, sus bromas, sus carantoñas…
De repente noté que veía borroso y los gritos de la gente zumbaban en mis oídos, sin distinguir lo que decían, hasta que me desplomé en el suelo cerca del cadáver.
Cuando volví a abrir los ojos, me encontraba en la cama de un hospital y un enfermero me tomaba la tensión. Logré entenderle en francés que el médico vendría pronto a hablar conmigo. Me sentía aturdida y sin fuerzas, agotada. Tenía mucho sueño pero antes de volver a dormirme, oí una voz suave y tranquilizadora:
-Señorita, ha sufrido una bajada de tensión y ha perdido el conocimiento; ahora la tiene estabilizada ¿Cómo se encuentra usted?
- Bien-balbuceé-algo cansada. Además yo conocía al hombre que murió en el accidente.
-¡Oh si! Era muy joven, una auténtica desgracia…¿Y está sola aquí o podemos llamar a alguien que venga a buscarla?
-Sí, tengo una amiga a la que podrían llamar, en mi agenda tengo su número de móvil…
-De acuerdo ¿Se encuentra con fuerzas ahora? Porque tengo que darle una noticia importante.
-Sí, estoy bien, sólo necesito descansar ¿Por qué? ¿Pasa algo malo?
-No, no es nada malo, según se lo tome usted, puede ser una gran alegría…
- ¿A qué se refiere, doctor?
- Le hemos hecho varios análisis y su desmayo, además de por el shock lógico debido a ver a su amigo en ese estado también obedece a que usted está embarazada.
- ¿Cómo? ¿Está seguro, doctor?
- Sí señorita, está usted de seis semanas de gestación. Quédese tranquila descansando en la cama, mientras llamamos a su amiga para que venga a buscarla.
Ahora entendía por qué había estado tan dormilona las últimas semanas, aunque yo lo había relacionado con mi accidente. A mi mente vinieron las imágenes de aquella preciosa noche que pasé con Armand en el hotel, justo antes de mi regreso a Tenerife. Las fechas coincidían, había pasado aproximadamente un mes y medio…No acababa de creérmelo ¡Llevaba un hijo suyo en mis entrañas!
Cloé no tardó mucho en llegar al hospital y tomamos un taxi hasta el hostal de Montmartre. Ella también estaba muy conmocionada por la noticia de la muerte de Alfred, por lo que no me pareció adecuado aún contarle nada de mi embarazo.
Los días siguientes los pasé durmiendo y comiendo, en fin, descansando y reponiendo fuerzas.
También tuve que ir varias veces al hospital pues el médico que me atendió me quiso hacer varias revisiones antes de darme el alta definitiva. Siempre estaba muy atento conmigo y creo que, a pesar de la diferencia de edad, se interesaba demasiado por mí.
La última vez que fui a verle antes de darme el alta insistió en que fuera a su casa a cenar para celebrar la despedida y mi estado de buena esperanza. Aunque me caía bien y había sido muy galante conmigo, veía fuera de lugar ir a su casa, así que le di largas…
Esa tarde, al volver al hostal, llené la bañera y me relajé en el agua calentita. Tenía que pensar que iba hacer con este niño, tenía claro que quería ser madre aunque en este momento estuviera sola. Pero tenía la ilusión de reencontrarme con Armand algún día pero ¿Cómo lo podría localizar?
Al salir de la bañera, mientras seguía inmersa en estos pensamientos, escuché un sonido que provenía del dormitorio. Al acercarme, me di cuenta que salía de mi bolso y busqué apresurada e intrigada en el interior de uno de los bolsillos. Hallé un pequeño frasco metálico y cilíndrico que emitía el ruido y una luz roja intermitente. Quedé atónita pues no tenía ni idea de qué podía ser dicho artefacto. Lo que más me alarmó fue el símbolo de riesgo biológico que visualicé por fuera. Caí sentada entre muebles de la habitación. Comenzaron a venir imágenes aceleradas como sueños que se entrecortaban entre destellos de luz y como un flash recordé el último encuentro con Armand en la plaza del Príncipe. Sólo intentaba buscar de qué manera había podido terminar ese dispositivo en mi bolso, qué podía contener y cómo diablos apagarlo. No tenía respuesta. Únicamente se me ocurrió meterlo en la nevera para no oírlo más y poder pensar. Pero por arte de magia el frasco, al sentir el frio congelante, se apagó el sonido. Ya entrada la noche y después de tanto pensar, recordé la invitación del doctor Leonard, tal vez él podría darme alguna pista sobre este artefacto. Por esta noche es suficiente, así que decidí dormir y no darle más vueltas a este asunto ¡Mañana intentaré averiguar más!...
De repente noté que veía borroso y los gritos de la gente zumbaban en mis oídos, sin distinguir lo que decían, hasta que me desplomé en el suelo cerca del cadáver.
Cuando volví a abrir los ojos, me encontraba en la cama de un hospital y un enfermero me tomaba la tensión. Logré entenderle en francés que el médico vendría pronto a hablar conmigo. Me sentía aturdida y sin fuerzas, agotada. Tenía mucho sueño pero antes de volver a dormirme, oí una voz suave y tranquilizadora:
-Señorita, ha sufrido una bajada de tensión y ha perdido el conocimiento; ahora la tiene estabilizada ¿Cómo se encuentra usted?
- Bien-balbuceé-algo cansada. Además yo conocía al hombre que murió en el accidente.
-¡Oh si! Era muy joven, una auténtica desgracia…¿Y está sola aquí o podemos llamar a alguien que venga a buscarla?
-Sí, tengo una amiga a la que podrían llamar, en mi agenda tengo su número de móvil…
-De acuerdo ¿Se encuentra con fuerzas ahora? Porque tengo que darle una noticia importante.
-Sí, estoy bien, sólo necesito descansar ¿Por qué? ¿Pasa algo malo?
-No, no es nada malo, según se lo tome usted, puede ser una gran alegría…
- ¿A qué se refiere, doctor?
- Le hemos hecho varios análisis y su desmayo, además de por el shock lógico debido a ver a su amigo en ese estado también obedece a que usted está embarazada.
- ¿Cómo? ¿Está seguro, doctor?
- Sí señorita, está usted de seis semanas de gestación. Quédese tranquila descansando en la cama, mientras llamamos a su amiga para que venga a buscarla.
Ahora entendía por qué había estado tan dormilona las últimas semanas, aunque yo lo había relacionado con mi accidente. A mi mente vinieron las imágenes de aquella preciosa noche que pasé con Armand en el hotel, justo antes de mi regreso a Tenerife. Las fechas coincidían, había pasado aproximadamente un mes y medio…No acababa de creérmelo ¡Llevaba un hijo suyo en mis entrañas!
Cloé no tardó mucho en llegar al hospital y tomamos un taxi hasta el hostal de Montmartre. Ella también estaba muy conmocionada por la noticia de la muerte de Alfred, por lo que no me pareció adecuado aún contarle nada de mi embarazo.
Los días siguientes los pasé durmiendo y comiendo, en fin, descansando y reponiendo fuerzas.
También tuve que ir varias veces al hospital pues el médico que me atendió me quiso hacer varias revisiones antes de darme el alta definitiva. Siempre estaba muy atento conmigo y creo que, a pesar de la diferencia de edad, se interesaba demasiado por mí.
La última vez que fui a verle antes de darme el alta insistió en que fuera a su casa a cenar para celebrar la despedida y mi estado de buena esperanza. Aunque me caía bien y había sido muy galante conmigo, veía fuera de lugar ir a su casa, así que le di largas…
Esa tarde, al volver al hostal, llené la bañera y me relajé en el agua calentita. Tenía que pensar que iba hacer con este niño, tenía claro que quería ser madre aunque en este momento estuviera sola. Pero tenía la ilusión de reencontrarme con Armand algún día pero ¿Cómo lo podría localizar?
Al salir de la bañera, mientras seguía inmersa en estos pensamientos, escuché un sonido que provenía del dormitorio. Al acercarme, me di cuenta que salía de mi bolso y busqué apresurada e intrigada en el interior de uno de los bolsillos. Hallé un pequeño frasco metálico y cilíndrico que emitía el ruido y una luz roja intermitente. Quedé atónita pues no tenía ni idea de qué podía ser dicho artefacto. Lo que más me alarmó fue el símbolo de riesgo biológico que visualicé por fuera. Caí sentada entre muebles de la habitación. Comenzaron a venir imágenes aceleradas como sueños que se entrecortaban entre destellos de luz y como un flash recordé el último encuentro con Armand en la plaza del Príncipe. Sólo intentaba buscar de qué manera había podido terminar ese dispositivo en mi bolso, qué podía contener y cómo diablos apagarlo. No tenía respuesta. Únicamente se me ocurrió meterlo en la nevera para no oírlo más y poder pensar. Pero por arte de magia el frasco, al sentir el frio congelante, se apagó el sonido. Ya entrada la noche y después de tanto pensar, recordé la invitación del doctor Leonard, tal vez él podría darme alguna pista sobre este artefacto. Por esta noche es suficiente, así que decidí dormir y no darle más vueltas a este asunto ¡Mañana intentaré averiguar más!...
domingo, 24 de febrero de 2013
Capítulo VIII
Esa noche no pude dormir, sólo pensaba en Le mur des je t'aime (La Pared de los Te Quiero). Había algo dentro de mí que sentía la necesidad de ir a ese lugar para recordar quién era Alfred y qué lugar ocupaba en mi vida.
Al día siguiente puse rumbo a Le mur des je t'aime (La Pared de los Te Quiero). Cloé me dijo que para recordar a Alfred tenía que ir a allí pero, ¿qué habría allí que me hiciera recordarlo?
A las 10 de la mañana ya estaba allí. El lugar me resultaba muy familiar, yo ya había estado muchas veces allí eso seguro, pero sentía que todavía faltaba algo más que recordar… Seguí paseando por el Parque des Abbeses y observando a todas las parejas de enamorados que se dirigían hacia "el muro" para declararse su amor. Había un ambiente muy romántico en todo el parque y todo ello me hacia recordar a Armand y echarlo de menos, hubiera dado lo que fuera por estar en ese momento junto a él…
Después de pasar un buen rato pensando en Armand y descubriendo mil y una maneras de decir te quiero en distintos idiomas, decidí sentarme en un banco del parque. Allí, a mi lado, había un precioso árbol de hojas verdes y flores rojas, ¡era precioso! Podría decir que era el árbol más bonito de todo el parque. Tenía algo especial, no sé que era pero yo lo notaba. Mirando el árbol con detenimiento me percaté de unas marcas que había en su tronco, era un dibujo de un corazón bastante grande en el cual estaba escrito: E.A Je t'aime. E.A…. ¡Elena. Alfred!
Gracias a esas palabras, a ese árbol, pude recordar quién era Alfred. Alto, delgado, moreno y bastante guapo, así era Alfred. Lo conocí la primera vez que vine a Francia, igual que cuando conocí a Cloé. Ellos dos eran los guías turísticos que tanto a mí como a un grupo de turistas, nos guiaban por los grandiosos monumentos de París. Me fijé en Albert desde el primer momento porque era bastante atractivo y a todas las "guiris" nos tenía loquitas. Yo notaba algunas miradas por su parte pero no le ponía importancia la verdad. -Serán imaginaciones mías-pensaba. Pero el día que fuimos a visitar La Tour Eiffel (La Torre Eiffel) hubo un acercamiento hacia a mí por su parte, y nos quedamos toda la tarde hablando, ¡hasta quedamos para cenar! Fue algo muy bonito la verdad, yo estaba como una niña con su juguete nuevo, me sentía bien con Alfred, nos reíamos mucho, pero con el paso de los días me di cuenta de que sólo lo podría llegar a querer como un amigo, un muy buen amigo. Él, en cambio, no sentía lo mismo que yo, se acabó enamorando de mí y a pesar de que el sentimiento no era mutuo juró que nunca dejaría de amarme y que esperaría por mí el tiempo que hiciera falta. Demasiado tiempo sería eso, porque aquí es cuando aparece Armand en mi vida, ese hombre que también conocí en Francia y que llegó a ocupar un lugar muy especial en mi corazón. Lo que no llego a recordar es si Alfred sabía que en mi vida había entrado otro hombre y no era él.
De repente sirenas de ambulancias y coches de policía sonaban en los alrededores del parque, también se podían escuchar algunos gritos de mujeres. ¿Qué habría pasado?
Me levanté lo más rápido que pude y corrí hacia la salida del parque. Se podía observar una masa de gente corriendo hacia el lugar de los hechos. Me apresuré a acercarme un poco más para ver qué había ocurrido.- Está muerto- decían, está muerto. Se trataba de un hombre, tendido en el suelo, había mucha sangre… ¿Alfred? Oh Dios ¡era Alfred!
Al día siguiente puse rumbo a Le mur des je t'aime (La Pared de los Te Quiero). Cloé me dijo que para recordar a Alfred tenía que ir a allí pero, ¿qué habría allí que me hiciera recordarlo?
A las 10 de la mañana ya estaba allí. El lugar me resultaba muy familiar, yo ya había estado muchas veces allí eso seguro, pero sentía que todavía faltaba algo más que recordar… Seguí paseando por el Parque des Abbeses y observando a todas las parejas de enamorados que se dirigían hacia "el muro" para declararse su amor. Había un ambiente muy romántico en todo el parque y todo ello me hacia recordar a Armand y echarlo de menos, hubiera dado lo que fuera por estar en ese momento junto a él…
Después de pasar un buen rato pensando en Armand y descubriendo mil y una maneras de decir te quiero en distintos idiomas, decidí sentarme en un banco del parque. Allí, a mi lado, había un precioso árbol de hojas verdes y flores rojas, ¡era precioso! Podría decir que era el árbol más bonito de todo el parque. Tenía algo especial, no sé que era pero yo lo notaba. Mirando el árbol con detenimiento me percaté de unas marcas que había en su tronco, era un dibujo de un corazón bastante grande en el cual estaba escrito: E.A Je t'aime. E.A…. ¡Elena. Alfred!
Gracias a esas palabras, a ese árbol, pude recordar quién era Alfred. Alto, delgado, moreno y bastante guapo, así era Alfred. Lo conocí la primera vez que vine a Francia, igual que cuando conocí a Cloé. Ellos dos eran los guías turísticos que tanto a mí como a un grupo de turistas, nos guiaban por los grandiosos monumentos de París. Me fijé en Albert desde el primer momento porque era bastante atractivo y a todas las "guiris" nos tenía loquitas. Yo notaba algunas miradas por su parte pero no le ponía importancia la verdad. -Serán imaginaciones mías-pensaba. Pero el día que fuimos a visitar La Tour Eiffel (La Torre Eiffel) hubo un acercamiento hacia a mí por su parte, y nos quedamos toda la tarde hablando, ¡hasta quedamos para cenar! Fue algo muy bonito la verdad, yo estaba como una niña con su juguete nuevo, me sentía bien con Alfred, nos reíamos mucho, pero con el paso de los días me di cuenta de que sólo lo podría llegar a querer como un amigo, un muy buen amigo. Él, en cambio, no sentía lo mismo que yo, se acabó enamorando de mí y a pesar de que el sentimiento no era mutuo juró que nunca dejaría de amarme y que esperaría por mí el tiempo que hiciera falta. Demasiado tiempo sería eso, porque aquí es cuando aparece Armand en mi vida, ese hombre que también conocí en Francia y que llegó a ocupar un lugar muy especial en mi corazón. Lo que no llego a recordar es si Alfred sabía que en mi vida había entrado otro hombre y no era él.
De repente sirenas de ambulancias y coches de policía sonaban en los alrededores del parque, también se podían escuchar algunos gritos de mujeres. ¿Qué habría pasado?
Me levanté lo más rápido que pude y corrí hacia la salida del parque. Se podía observar una masa de gente corriendo hacia el lugar de los hechos. Me apresuré a acercarme un poco más para ver qué había ocurrido.- Está muerto- decían, está muerto. Se trataba de un hombre, tendido en el suelo, había mucha sangre… ¿Alfred? Oh Dios ¡era Alfred!
miércoles, 20 de febrero de 2013
CAPITULO VII
Recuerdo aquella primera vez que cruzamos nuestras miradas, yo solía ir a menudo a esa cafetería de la plaza de París a tomar café y así corregir los exámenes de biología de mis alumnos. Aunque disfrutaba con mi profesión resultaba agotadora desde que comencé a compaginarla con la investigación. Gracias a tu tropiezo con mi mesa para esquivar las sillas del resto de clientes hiciste caer mi café sobre algunos exámenes, todavía veo como tu mejillas enseguida tomaron color e intentabas ayudarme consiguiendo únicamente destrozar aún mas aquellos papeles, bueno si que ayudastes, a aquellos alumnos a llevarse un aprobado por el morro. Por mi cabeza todavía pasa la posibilidad de que aquel tropiezo no fuera mera casualidad, sino la necesidad de encontrar compañía, pues tenías los ojos rojos y la nariz hinchada todos los signos de que anteriormente habías estado llorando; y así distraer tus pensamientos de aquello que te había causado ese dolor, a mi tampoco me importó, pues ya hacía tiempo que no gozaba de la compañía femenina y aún más al ver lo guapa que eras.
Gracias a ti los siguientes 15 días a tu lado fueron maravillosos. Fuistes una nueva luz en mi vida.
Lo único malo es que éste fantástico sueño tenía su fin pues tu viaje tenía billete de regreso a Tenerife.
La última noche fue todavía mucho mas especial pues en tu habitación del hotel vivimos el deseo que habíamos acumulado de tantos paseos y largas conversaciones donde nos entregamos como si nos conocieramos de hacía mucho tiempo, sabíamos en todo momento lo que uno quería del otro,tus besos, tus caricias....todavía las siento sobre mi piel.
Al día siguiente en el aeropuerto yo sabía que esto no iba a ser un adiós sino un hasta luego pues yo sabía que a pesar que tu salías de una relación amorosa tu corazón ya comenzaba a arder no se si por la pasión de la noche anterior o porque quizas sentías algo más, lo que si sabía es que nos volveríamos a ver.
Asi que, querida Elena, te escribo todo esto porque quizás, tras tu partida a Francia no sé si volveremos a vernos, te fuistes sin saber quién era, así que solo me interesa que tengas el mejor recuerdo de nosotros que fue el momento en que el destino cruzó nuestras vidas.
Siempre tuyo Armand.
domingo, 17 de febrero de 2013
Capítulo VI
No quiero tomar una decisión precipitada y son demasiadas las preguntas y los sentimientos que asimilar; ya ni quiera sé que pensar de Armand; voy a dar un paseo, aunque esa no sea la decisión más segura en estos momentos. Mientras caminaba, seguía dándole vueltas al destino que tomaría, así evitaba el resto de pensamientos. Una hora después y sin tener nada claro aún, volví a casa, quizás fuera mejor intentar descansar y dejar para mañana la solución de mis problemas. Preparé un baño caliente, y cuando comenzaba a relajarme y a tomar consciencia de mi respiración y dejar a todo el mundo aparcado a un lado, otro flash en mi mente, y el nombre de Alfred, mi primera intención fue ignorarme a mí misma, quizás ahora todos los nombres que había escuchado en mi vida me vinieran a la cabeza como revelaciones…pero inevitablemente y en unos segundos, ya había cerrado los ojos e intentaba concentrarme para intentar recordar quién era él. Me fui a la cama sin éxito, nada de Alfred, en mi memoria, tomé la medicación que me habían indicado, casi con la esperanza de que mi subconsciente volviera a revelarme algo y me sumergí en el sueño, contradictoriamente profundo y a la vez con esa sensación de no haber dejado de pensar en todo lo acontecido. Y ahí estaba de nuevo ese tal Alfred, guapo, alto, moreno y sus ojos negros como la noche y fríos como el hielo, me decía que volviera a Francia, nos encontraríamos donde siempre. Desperté del sueño agitada pero con la certeza de que era a Montmatre donde quería Alfred que nos encontrásemos. No pude seguir durmiendo, ya sabía donde iría a Montmatre (Francia), cogí un libro y leí hasta que amaneció.
Sobre las 9, me arreglé y salí a la calle, no me encontraba cansada pese a no haber pegado ojo, mi objetivo, encontrar una agencia y encaminar mi destino hacia un lugar, Montmatre, no podía dejar de repetir mentalmente ese lugar, Montmatre, Montmatre. Cuando salí de la agencia ya tenía en mi mano los billetes que me llevarían a Francia.
Con cierto remordimiento y a pesar de que habíamos quedado en no tener más contacto, me dirigí a un teléfono público y llamé al hotel Atlántida, con la esperanza de poder hablar con Armand. Sí que estaba, aproveché la sorpresa y la desconfianza de su silencio inicial para anunciarle que en un par de días volaría a Francia, un segundo más de silencio y del otro lado del teléfono parecía que hubiera otra persona, su alteración era tal que pensé colgar, no paraba de decirme que volviera a la agencia a cambiar el billete, pero yo estaba decidida, no sabía cuánto, o si lo supo, porque acto seguido, cambio su tono de voz, y como si supiera de sobra que de esa forma no me convencería, intentó suavizarlo y comenzó de nuevo.- Elena, piénsalo bien, si te vas puede ser peligroso, e incluso doloroso para ti, si sigues recordando a esa velocidad, no creo que Francia sea el lugar donde debas ir de momento, replantea otros lugares primero, ¿no entiendes que solo quiero protegerte?-
- Lo siento – dudé como llamarlo- Gilbert, la decisión está tomada, vuelvo a Francia, hay algo potente que empuja a tomar ese destino- mi voz sonaba segura- antes de irme he de hacer algunas compras y solucionar algún papeleo, ¿te parece si nos vemos mañana en la Plaza del Príncipe y tomamos una cerveza juntos?- no respondió- A las 12 estaré allí – le repetí, y colgué.
No me encontraba mal, más bien todo lo contrario, pasé el resto del día con los preparativos del viaje. Esa noche, dormí profundamente, el cansancio era demasiado.
Al día siguiente, salí temprano, tenía muchas cosas que solucionar antes de partir, a las doce menos algo me acercaba a la Plaza del Príncipe y no pude evitar una sonrisa de oreja a oreja, cuando me encontré que en una mesa de la terraza ya estaba Armand esperándome con dos cañas frías, recién pedidas.
No supe como saludarlo pero opté por seguir en la línea de la cordialidad y no ser cariñosa, pese a que me apetecía cuanto menos darle dos besos y un abrazo, opté por sentarme, sonreírle y tocarle el brazo en un gesto amigable. El no sonreía, con solo mirarme supe que se debatía entre la ira y la tristeza, me invitó a recapacitar nuevamente, a reconsiderar mi decisión, pero él sabía que no lo haría.
- Lo siento Gilbert, tengo que ir, espero que esto no sea una despedida y volvamos a vernos, yo también estoy muy preocupada por ti, sabiendo que te quedas aquí – por favor, deséame suerte- asintió y su expresión era ya solo de tristeza. Lo miré a los ojos una vez más, me levanté y me fui, no pude contener las lágrimas en cuanto me di la vuelta y decidí no volver la vista atrás, era muy doloroso despedirme de Armand y tampoco era la primera vez que lo hacía.
Dos días después me encontraba en el aeropuerto Tenerife Sur con destino Charles de Gaulle, París. Fue un vuelo tranquilo y a mi llegada me sorprendí nuevamente dirigiéndome con determinación primero a por mi equipaje y luego a tomar un taxi, sonreí, porque me sentía bien allí, y porque aunque de forma algo oxidada ¡hablaba francés!, la gente debía pensar que estaba loca pero no podía parar de reír. Pedí al taxista que me llevara a Montmatre, el trayecto fue reconfortante, “volvía” a ver monumentos y lugares que de alguna forma estaba echando de menos, las calles de París, las plazas, aquellos palacios, los campos Heliseos y como si me diera la bienvenida la imponente torre Eiffel, la belleza de todo aquél conjunto era inexplicable. Llegué al barrio de Montmatre y el taxi me dejó justo delante del hostal que había reservado en la agencia, ya en mi habitación me duché, tomé un aperitivo y descansé. Al atardecer, salí a dar un paseo, llegué a la Place de Tertre, los pubs, los cafés de época y todos aquellos artistas exponiendo sus obras, todo aquel aire bohemio, me encantaba y no era nuevo. De repente escuché mi nombre.
- ¡Elena! ¡Elena!
Me asusté y dudé si girarme o no, sonaba más bien cerca, pero barajé la opción de salir corriendo, pese a todo me giré y divisé a una chica que sorteaba a paisanos y turistas con total naturalidad, me saludaba desde un puesto de bonitos lienzos todos ellos con diferentes series de la torre Eiffel. Agitaba el brazo y avanzaba sin alejarse del puesto, me hacía señas para que me acercara, y como me resultó tan familiar aquella chica joven, rubia y pecosa que me llamaba con tanta alegría me dirigí hacia ella igual de contenta.
- Eleeeenaaa…¿qué te pasa? No me viste o ¿qué? ¿cuándo has llegado? ¿por qué no has llamado?...Elena…por qué me miras así…
- Lo siento, lo siento de verás, no sé quién eres, probablemente te conozca porque me resultas muy familiar…pero no puedo acordarme… - mis palabras sonaban ansiosas…- Tuve un accidente… y perdí parte de mi memoria, vengo de Tenerife, y cada vez estoy más segura de que aquí está la clave para que comience recordar.
Ella me miró con aire de tristeza y decepción:
- ¿probablemente me conozcaaaaz? Elena cariño, me conoces y mucho, créeme, vamos a la cafetería, creo que François podrá echarle un ojo al puesto un rato- ¡François, s'il te plaît! – y le hizo un gesto al señor del puesto colindante.
Entramos a una cafetería muy pequeña, algo apartada y muy acogedora, sonreí porque también conocía el lugar, los dependientes me miraban familiarmente y me sonreían, me sentía bien allí. Nos sentamos en una pequeña mesa rodeadas me mucha gente conocida, no había casi turistas en aquel local.
- ¿en serio no te acuerdas de mí? – negué con la cabeza- ¿ y de Alfred? – al escuchar el nombre un escalofrío recorrió mi cuerpo- nos conocimos nada más llegar aquí y juntos hemos explorado París desde que llegamos- me miró dulcemente con sus grandes ojos verdes y con una pícara sonrisa continuó- para recordar a Alfred lo mejor será que mañana vayas a Le mur des je t'aime, (La Pared de los Te Quiero), al lado de la plaza des Abbesses…
miércoles, 13 de febrero de 2013
Capítulo V
De repente un salto al vacío, miedo, angustia...una sensación que nace en las entrañas, sube hacia la cabeza, sudor…¡y me despierto!...Necesito bastantes minutos para ubicarme; ¿Dónde estoy?, en casa; ¿Qué día es hoy? ¿Qué hora es? Jueves… 3 de enero, miro el despertador en mi mesilla de noche, casi son las 10 de la mañana, ayer me dieron el alta en el hospital, anoche no podía dormir, terminé por tomarme un relajante, y poco a poco voy deshilando la confusión en la me encuentro, visitas en casa, familiares y amigos, celebración, alegría por volver a casa, por estar viva…y de repente ¡Gilbert!, la nota, ¡Gilbert!
No voy a esperar más, esta tarde iré a verlo…sí, anoche tomé esa decisión, y la excitación que me produjo hizo que no pudiera conciliar el sueño, por eso tomé un relajante.
Ufff!! Que pesadilla, de camino a la ducha me persiguen las imágenes de todo lo que he soñado, me parece increíble que toda esta película se haya proyectado en mi cerebro en apenas unas horas. Mientras me ducho, y siento la calidez del agua en mi piel desnuda evoco sentimientos rescatados de ese sueño, los besos de Gilbert, las caricias, el deseo; me recreo en ello, lo revivo ya despierta…no me parece haberlo soñado, me parece haberlo vivido, quizás sean las ganas de vivir algo así lo que ha llevado a mi subconsciente a liberarse. Salgo de la ducha, enciendo la radio, suena “come away with me” de Norah Jones, y me sorprendo sonriendo y cavilando como cuando era una adolescente, empieza otra canción, ahora no presto atención a la letra, hay algo que no me permite disfrutar plenamente de este instante, ahora son otras las imágenes del sueño que me vienen a la cabeza, nos observan, huyo, peligro, golpe, sirenas,…hospital, el corazón se me va a salir del pecho, ¿qué está pasando? Sigue la consecución de imágenes agolpándose demoledoramente, tengo que sentarme, aun sin vestirme, enrollada en la toalla; ¿registros policiales, huídas, persecuciones? – Elena, vamos a tranquilizarnos - ¿qué vi anoche en la tele? Debí hacer un cóctel de sentimientos, imágenes televisivas y tranquilizantes, eso ha sido, respiro profundamente y me dispongo a vestirme, estoy de baja aun, no me encuentro en mi mejor momento físico, dolorida y algo magullada, pero tengo el día por delante y debo prepararme para la cita de esta tarde, voy a ver Gilbert y automáticamente ante este pensamiento, de nuevo toda una procesión de fotogramas pasa en décimas de segundo por mi cabeza, parecen más recuerdos qué imágenes de un sueño cualquiera. Vuelvo a estar asustada, lo mejor será salir, despejarme que me dé el aire, distraerme un poco. Llamo a la peluquería, allí pasaré algunas horas desconectada y por lo menos harán algo por esta aspecto fantasmagórico que me ha dejado la estancia en el hospital.
Termino de vestirme, y salgo, ya en el ascensor hago el amago de tocar el botón del sótano donde se encuentra el garaje, pero rectifico rápidamente, pulso el botón del bajo que conduce directamente a la salida del edificio; no conduciré, aún no me siento con ánimos ni fuerzas para ello, tomaré el tranvía y luego andaré un poco por La Laguna, me gusta, me relaja callejear en esa ciudad y todavía tengo tiempo antes de mi cita en la peluquería.
A pesar de que intento con todas mis fuerzas desviar mis pensamientos a trivialidades, miro escaparates y observo a los transeúntes, inventándome historias sobre sus vidas (actividad que practicábamos animadamente en tiempos de colegio; y que aún hoy no sé por qué sigo haciendo mentalmente); no consigo quitarme el sueño de la cabeza, cada vez voy recordando más partes, el hilo conductor y pese a que todo es muy surrealista, sigue habiendo cosas que más me parecen recuerdos y certezas que producto de mi poderosa imaginación. Hay algo que no encaja en todo esto y esta tarde creo que averiguaré qué es…
Cuando llego a la peluquería todos me saludan y me pregunta cómo me encuentro, son muy amables y en parte me molesta, porque lo que me apetece es seguir sumida en mis pensamientos, aunque no era eso el motivo que me había sacado de casa. Así que les contesté, bromeé incluso con mi estancia en el hospital comparándolo con unas vacaciones y por un rato me dejé llevar del placer del dejarme hacer…Ya instalada bajo el aparatoso secador de pié, que te invita a todo menos a relajarte, mi mente vuelve a intentar resolver todo este puzzle del que, sin lugar a dudas faltan más de la mitad de las piezas. Vuelvo a Gilbert, lo visualizo, lo escucho, y me sorprendo con la seguridad de que ya lo he escuchado antes, su olor, ¡dios mío yo sé a qué sabe ese hombre!! Me sobresalto, estoy segura, lo conozco, y en profundidad, pero porqué no consigo encajarlo en mi vida, me sonrojo y no por el secador, uno de los peluqueros se percata y me baja la intensidad del calor, yo pongo cara de circunstancia, pero cuento el tiempo que me faltan para salir de allí, necesito que me dé el aire, necesito hablar con él; él quiere hablar conmigo, de lo contrario no me habría dejado esa nota, ¡miiierda! no pides ayuda a una desconocida, salvo que estés chalado o creas que ella lo está más que tú. Algo importante se ha borrado de mi mente y ambos sabemos que tengo que recordarlo. Tengo su nota en la cartera, la vuelvo a leer, “un beso tierno”… sé a qué besos se refiere, puedo sentirlo; me pide ayuda, me preocupa enormemente y eso no se siente por un desconocido. Otro flash del sueño, ¿la cepa Altrou? ¿Qué es eso? Cojo el móvil y busco en internet, no encuentro nada al respecto, ninguna cepa con ese nombre, ahora estoy asustada, dejo el móvil en el bolso, la nota en la cartera e intento concentrarme en una revista.
Dos horas más tarde, salgo de la peluquería con una imagen más que aceptable, teniendo en cuenta los últimos acontecimientos, tengo que contestar algunas llamadas perdidas en mi móvil, casi todas de mi madre, debe estar preocupada, sobre todo tengo que tranquilizarla e inventarme alguna excusa que me permita pasar el resto del día sola o aparentemente sola. Salgo airosa inventándome una historia que no sé si seré capaz de recordar. Está todo listo, nadie llamará para ver donde estoy o qué estoy haciendo. Tengo la tarde “libre”. Me dirijo rumbo a casa de nuevo en el tranvía, he de cambiarme de ropa y comer algo, más por necesidad física que por apetito, tomaré los medicamentos e iré caminando al hotel donde se aloja Gilbert, pienso en ese nombre Gilbert, Gilbert, sé quién eres, pero ese nombre no me encaja.
…Sus tacones resonaban con determinación en el silencio de la ciudad mientras caminaba hacia el hotel. Esperaba que el recepcionista le hubiera dejado a Gilbert su mensaje. No podía esperar más. Venía soñando, sólo soñando, desde hacía ya muchos años en algo así. El destino le presentaba un reto mientras sus ojos se tornaban rojos y ámbar primero o verde esmeralda después al ritmo caprichoso de los semáforos de cada cruce. Necesitaba desesperadamente algo de tiempo para pensar, pero sólo podía dominar a ratos su ansiedad esperanzada.
Reconoció desde lejos la silueta de Gilbert en la acera frente a la puerta giratoria del hotel. Armand esperaba ver a Elena descender de un taxi. En apariencia tranquilo comenzó a andar a ninguna parte cuando el silencio de la noche le llevó el rumor de unos pasos de mujer; se giró lentamente y allí estaba Elena que se había detenido a escasos metros de él cuando con una sonrisa irresistible le dijo en francés, casi susurrando: —Bonne nuit ma chère Elena —Ella quiso guardar aquella imagen para sus recuerdos y prolongó algunos segundos el silencio mientras observaba a Gilbert delante de una florida buganvilla bajo las luces cambiantes de la ciudad dormida.
Me sentí como si ya hubiera vivido esa situación, ahí estaba frente a mí y supe que no era la primera vez que lo veía fuera del hospital. Su mirada también confirmaba mis escasas dudas.
Con cierto semblante de preocupación pero sin dejar de sonreír, caminamos unos minutos en silencio, sin duda algo le preocupaba, avanzaba observando todo y a todos. Yo mientras caminaba a su lado dándole vueltas a cómo empezar la interminable lista de preguntas que quería hacerle.
Después de unos minutos caminando en dirección hacia el centro, y de intercambiar algunas trivialidades, me invitó a entrar en una cafetería, el lugar era pequeño y estaba concurrido, Gilbert, observó aliviado que en el fondo había una mesa donde casi no podía vernos ni el personal del establecimiento. Tomamos asiento y yo presa de cierta ansiedad, me lancé a preguntar:
- Gilbert, ¿ya nos conocemos, verdad?- me sonrojé sin saber porqué mientras le hacía la pregunta.
Su expresión oscilaba entre el alivio y la preocupación, y antes de que yo continuara con toda la disertación que había preparado, sobre mis especulaciones y mis lagunas, hizo un gesto para que guardara silencio y habló:
- Elena, no sé qué es lo que recuerdas exactamente, por lo que pude averiguar en el hospital recibiste un golpe muy fuerte, y cuando nos cruzamos en el pasillo la primera vez y vi que no me reconocías, no supe si llorar o alegrarme por ti; pero lo cierto es que no tenemos tiempo de ponernos al día, no puedo explicártelo todo ahora y en cierta medida es lo mejor para ti, cuanto menos recuerdes, más segura estarás.
Por supuesto que nos conocemos- al decir esto noté que se emocionaba- y todo se ha complicado demasiado, no debí venir a Tenerife, pensé que aquí podríamos estar seguros pero lo único que he conseguido ha sido ponerte en peligro, y debo solucionarlo como sea. Ni tu accidente, ni el mío fueron fruto de la casualidad, no estábamos juntos, pero creen que tú tienes la información que no han conseguido que yo les dé.- Inspiró hondo para proseguir su monólogo y me sorprendió que su español era mucho más fluido que el que utilizó cuando entró en mi habitación en el hospital- Elena, pensé que iba a tener la oportunidad de poder explicártelo todo y por eso te dejé la nota, pero han vuelto a encontrarme, esperaba que me hubieran dado por muerto después de mi caída en el Teide, pero no ha sido así, y ahora lo único que puedo decirte es que lo mejor por el momento es que abandones la isla, tómate un tiempo; después de un accidente así, tiene sentido y nadie se sorprenderá. Viaja, haz turismo, pero no indagues, no intentes buscarme, quizás sea mejor que no vayas a Francia por el momento, no sé…- por un momento pensé que se derrumbaría, se le veía agobiado, preocupado, su actitud me provocaba levantarme y abrazarlo, sentía cierta necesidad de protegerlo, pero por otro lado, todo lo que me decía no hacía más que aumentar mis lagunas y me bloqueaba, aproveché los segundos de su silencio y le pregunté…
- Ya sé que esto es de locura, pero ¿tiene algo que ver con una cepa?- me sentí la mujer más estúpida ante esta pregunta porque casi me había convencido de que esa información era mezcla de alguna película y los tranquilizantes de la noche anterior, pero cuando vi que sus ojos se abrieron sorprendidos y más preocupados aún que antes, deseé no haber abierto la boca.
- Elena, olvídalo. Olvídalo todo. Te repito que no intentes buscar ninguna información, esto no es juego. Me encantaría aliviar tu preocupación, resolver tus dudas pero por favor confía en mí. Intentábamos hacer las cosas bien, y nunca pensamos que esto diera un giro de 360º.
- ¿de verdad esto que me dices tiene que tranquilizarme?- fue lo único que pude decir espontáneamente, y nos reímos del absurdo.
Ahora estoy en casa, frente al ordenador, buscando un destino turístico agradable para huir, aun no sé de qué, ni de quién.
No hubo más explicaciones, ni besos de despedida, ni abrazos alentadores, ni nada de nada, salimos por separado de la cafetería yo primero, y él minutos después, dándome tiempo mientras pagaba los cafés.
Salí del establecimiento con una crisis paranoica que jamás hubiera imaginado que me podría suceder, tenía la sensación de que todo el mundo me seguía, me miraba, me controlaba. He cerrado la puerta todo lo que he podido, (la llave no gira más), también he cerrado todas las ventanas previa revisión de toda la casa, he hecho varias llamadas, para tranquilizarme yo, más que para tranquilizar a mis amigos y he comenzado a dejarles caer la idea de que me apetece hacer un viaje, desconectar,…He liado tabaco, y me he preparado una copa… intento revivir todo lo que me ha pasado esta tarde, pero doy prioridad a lo que me ha dicho Gilbert, que ya sé que no es su nombre, lo sé porque cuando lo vi mirándome bajo la buganvilla, pensé “Armand, ya estás aquí”.
Tengo que salir de la isla, por la pantalla del ordenador desfilan un sinfín de destinos y no soy capaz de decidirme por ninguno, Roma, Amsterdam, Lisboa, Sudamérica tal vez…lo primero es salir de la isla, sí, eso será lo mejor, luego ya improvisaré; Barcelona me parece un buen destino inmediato y un punto de partida hacia Europa. Antes de despedirnos, me aseguró que de alguna manera, cuando fuera seguro para ambos se pondría en contacto conmigo, pero yo no lo tengo tan claro. ¿Qué es lo que tiene que solucionar? ¿y cómo? ¿Cómo voy a resolver yo todo mi situación aquí antes de irme? ¿Volveré a ver a Armand? Puede que no, pero ahora tengo que actuar rápidamente, no sé cuánto tiempo estaré fuera. Siento miedo, pero contradictoriamente una capacidad resolutoria se apodera de mí, como si no fuera la primera vez que tengo que tomar decisiones precipitadas y hay una atmósfera de aventura que me seduce…por primera vez en el tiempo que soy capaz de recordar siento un impulso superior a mí, de cierta seguridad, como si lo hubiera estado esperando.
domingo, 10 de febrero de 2013
Capítulo IV
Mientras corría se le venían
recuerdos a la mente sus padres, su pequeña perrita, Gilbert….de
repente se ve deslumbrada por las luces de un coche y una pita la
saca de ese cansancio y esa preocupación, sin darse cuenta estaba
corriendo por medio de la calle y casi la atropellan. A ella sin
importarle esto y es mas pensando que ese hombre extraño podría ser
el del coche acelera mas la carrera hasta que a sus oídos llego el
extraño sonido de una sirena, la exhausta chica se da la vuelta y
descubre que el vehículo q hace nada casi la atropella era un coche
de policía. En ese momento la chica se derrumbo al suelo y empieza a
llorar mientras los nervios se escapaban por sus manos y retomaba
poco a poco el color, pero en su interior había ahora tres
preguntas. ¿Qué había pasado?¿Por qué, que querrían esos
hombres de Gilbert? y la pregunta que más de la cabeza le brotaba
del pecho ¿Cómo estaría él?.
***
Mientras, Gilbert seguía huyendo un
par de calles mas arriba.
Corría como si supiese a donde ir,
siguiendo su instinto sin dudarlo ni un momento. De las calles
continuas aparecían hombres uniformados, el aun así sin inmutarse
corría y corría como una gacela corre para salvar su vida. Parecía
no aguantar más cuando llego a un parque enorme, el sin dudarlo se
adentro en el mismo y se acurruco entre una hiervas lo bastante
densas para no ser visto, ahí paso dos, tres horas hasta que dejo
de oír el alboroto producidos por esos bastardos que lo perseguían..
***
Y entre la persecución, el alboroto y
todo lo acontecido en esas tres horas...
Equipo alfa aseguren el hotel- gritaba
el hombre de traje y chaqueta gris, el mismo que momentos atrás se
había presentado ante Elena y a Gilbert, tras este gran grito se
vira con calma a el hombre que se encontraba a su lado y con una voz
muy diferente a la anterior le dice - Bruno por favor acompáñame.
Si señor – responde dirigente el
joven ayudante.
Ambos se suben al ascensor y llegan a
la habitación de Gilbert, de inmediato se dieron cuenta del
estropicio q se había producido horas antes. Con gesto decepcionado
el hombre alto trajeado y de pelo negro se saca un teléfono de su
bolsillo y saliendo a la ventana comienza a hablar:
—Aquí
Federic, con código tres, cinco, cuatro, seis, nueve. Páseme con él
—tras
un silencio incomodo Federic empezó ha hablar. —Mi
señor, hemos perdido al sujeto estamos rastreando su posición —el
aparato del móvil empezó a emitir pequeños sonidos que para Federic
debían ser grandes, él mismo lanzó un bostezo y respondió
pausadamente —De
acuerdo, si así lo quiere, así se hará —paró un momento en seco y continuo —¿buscamos
la cepa del ALTROU entre sus cosas? —el
teléfono volvió a gemir pero esta vez de una forma mas normal —De
acuerdo, le iré informando —guardó el móvil, se viró bruscamente hacia
Bruno y abandonando la habitación le ordenó: Ocúpese de revisarlo
todo, quiero algo, así sea un chicle.
miércoles, 6 de febrero de 2013
Capítulo III
Transcurridos unos minutos, que a Elena se le hicieron eternos, decidieron pasear tranquilamente por las calles silenciosas y dormidas de la ciudad. Poco a poco, sus conversaciones se fueron haciendo cada vez más y más triviales, dejando paso a algo que crecía irremediablemente entre ellos; su atracción, su deseo, no podían esperar...como animales en celo, se acercaron a una tenue farola. Él, la apretaba fuertemente contra sí, buscando sus labios carnosos,golosos,recorriendo sus muslos una y otra vez,sus manos ansiaban más y más. Ella, por su parte,le correspondía entregada,insaciable,buscaba su lengua,su cuerpo, todo de él...quería lamer su cara,su cuello y volver a su boca,aferrarse a sus caderas y sentir,sentir,sentir. De repente,unos ruidos extraños comenzaron a escucharse. La pareja volvió de su ensimismamiento más profundo a la cruda realidad. Esos ruidos, al principio imperceptibles, eran ahora cada vez más estridentes y cercanos y les hacían clavar la mirada al final de la calle donde apareció al principio una sombra,que poco a poco, se fue materializando en un individuo alto con traje gris oscuro que rengueaba del pie derecho. Gilbert lo reconoció al instante, tenía que huir rápidamente de aquel lugar. Clavó sus ojos en Elena,que por un segundo,sintió el amenazante peligro y huyó despavoridamente calle abajo sin saber cuál sería su fatídico destino.
viernes, 25 de enero de 2013
Capítulo II. El francés
En un esmerado castellano Armand
despidió al taxista y entró al hotel con todo el sigilo del que fue
capaz. No tomó el ascensor, prefirió las escaleras. —Estarán
menos concurridas —Pensó. Era evidente que no quería que nadie
pudiera identificarlo, para eso también había elegido un traje
bastante anodino pero cierta elegancia en sus movimientos lo
delataba.
Esperó varias horas casi a oscuras en
su habitación mientras miraba en silencio insistentemente al
teléfono. Tenía que estar alerta y evitar quedarse dormido. Estaba
convaleciente y su estancia en el hospital lo había debilitado.
Tenía que recuperarse, recuperarse…pronunció estas palabras al
tiempo que no pudo evitar quedar profundamente dormido.
Sobre la cama, tenuemente iluminada por
las farolas de la calle, se adivinaban varios pasaportes y alguna
cantidad importante de euros. También había algunos cientos de
dólares junto a su chaqueta gris. Ahora Armand dormía plácidamente
en un cómodo sillón de orejas en una agradable habitación de
hotel.
Se deslizó una sombra junto al balcón
de su habitación. El rayo de luz casi naranja que entraba desde la
calle se interrumpió brevemente a su paso. Quien quiera que fuese
tenía un cuerpo atlético que había embutido en ropa oscura y muy
ajustada. Se movía en silencio, y en silencio abrió la puerta de
corredera del balcón al tiempo que apuntaba con un revólver
directamente a la cama del francés. Un intenso destello despertó a
Armand incluso antes de oír la detonación. La sombra salió
rápidamente por donde había venido.
—Buenas noches Don Gilbert, debe
disculparme, pero algunos clientes han oído un fuerte ruido y… —El
francés lo interrumpió con un gesto, y sin decir palabra alguna
señaló hacia el suelo mostrándole una estantería que
adecuadamente había colocado en el suelo junto a varios libros y
alguna botella. Luego añadió con una inusitada tranquilidad –—Lo
siento, ha sido un pequeño accidente —La noche se hacía espesa y
peligrosa. Lo habían encontrado y debía tomar rápidamente alguna
decisión.
***
En el otro lado de la ciudad Elena no
podía dormir por más que lo intentaba. Con el pulso ya firme pero
con su corazón marcando con fuerza el ritmo de los segundos sostenía
la nota de Gilbert que leía una y otra vez:
Te deseo lo mejor para tu salud.
Necesito tu ayuda.
Estaré dos semanas
en el Hotel Atlántida.
¿Puedes hacerlo?
Un beso tierno.
Gilbert.
Todo su pasado se le desataba en un
torbellino de sensaciones al ritmo de los latidos de su corazón.
¿Por qué no? Tenía que intentarlo. Estaba decidida.
Sus tacones resonaban con determinación
en el silencio de la ciudad mientras caminaba hacia el hotel.
Esperaba que el recepcionista le hubiera dejado a Gilbert su mensaje.
No podía esperar más. Venía soñando, sólo soñando, desde hacía
ya muchos años en algo así. El destino le presentaba un reto
mientras sus ojos se tornaban rojos y ámbar primero o verde
esmeralda después al ritmo caprichoso de los semáforos de cada
cruce. Necesitaba desesperadamente algo de tiempo para pensar, pero
sólo podía dominar a ratos su ansiedad esperanzada.
Reconoció desde lejos la silueta de
Gilbert en la acera frente a la puerta giratoria del hotel. Armand
esperaba ver a Elena descender de un taxi. En apariencia tranquilo
comenzó a andar a ninguna parte cuando el silencio de la noche le
llevó el rumor de unos pasos de mujer; se giró lentamente y allí
estaba Elena que se había detenido a escasos metros de él cuando
con una sonrisa irresistible le dijo en francés, casi susurrando:
—Bonne
nuit ma chère Elena —Ella
quiso guardar aquella imagen para sus recuerdos y prolongó algunos
segundos el silencio mientras observaba a Gilbert delante de una
florida buganvilla bajo las luces cambiantes de la ciudad dormida.
***
Capítulo I
Suavemente entraron los primeros rayos de sol que presagiaban un hermoso día, suavemente entraron filtrándose por la cueva donde había dormido confortable y plácidamente... Me dirigí a la entrada para admirar el amanecer, que parecía haber nacido tan sólo para mí, la playa de arena, el agradable son con que las olas acunaban y masajeaban la orilla.
¿Cómo era posible que yo me encontrara tan bien?, si ni siquiera sabía por qué estaba allí, cómo llegué ni con quién. Había pasado unos cuantos días viviendo en aquella cálida cueva sola, pero sin sentir soledad, sin padecer hambre ni miedo, la verdad, es que me sentía más viva y libre que nunca. Me puse el chal negro y paseé por la playa pisando la arena fría y dejando las primeras huellas sobre ella. Respirar la brisa fresca y salada me liberaba de cualquier tristeza que me hubiera anidado anteriormente. Al llegar al final de la playa, volví sobre mis pasos mirando hacia la arena, alguien agarró mi mano con fuerza y sentí un pinchazo que me dejó helado el corazón.
Hoy, primer día del año en una fría y triste habitación de hospital, sola. Llevo dos semanas ingresada. Me despierta una enfermera al intentar cogerme una vía en el brazo derecho, pues el izquierdo no admitía una nueva intentona. Con tanta sangría, procuro cerrar los ojos y seguir recordando el maravilloso sueño en la playa, el bienestar que fabricó mi fantasía.
-Buenos días Elena, ¿cómo te encuentras hoy? -me pregunta Isabel, la enfermera que me estaba atendiendo con suma delicadeza. La miré y le sonreí, pero no con mi mejor mirada ni mi mejor sonrisa, porque hoy era un día muy especial, y yo me encontraba débil aún, con el ánimo bastante encallado.
Las mañanas en el hospital pasan rápido entre desayuno, limpieza de habitación, pruebas y la visita del médico, justo hoy me ha dicho que todo va mucho mejor, el accidente de tráfico que sufrí no me dejará secuelas, podré empezar más pronto de lo que creía a hacer mi vida normal e instintivamente me abracé a él y le planté el mejor de mis besos en su mejilla.
Como todas las tardes llegaron las visitas de familia y amigos, esos que te quieren de verdad, cada vez me traían más libros para leer, cuando les conté la noticia se revolucionaron, gritaron, rieron y me felicitaron todos a la vez. Me consolaban con palabras dulces, me encontraban guapísima y solucionaron todos los papeles burocráticos de pólizas, seguros, etc...Tuve también alguna visita que otra de anteriores ligues, que con sus miradas parecían decirme que lo podríamos intentar otra vez. Los pobres... se les notaba en sus ojos cansancio y ojeras, claro después de trasnochar para celebrar el fin de año... Yo hubiese estado bastante peor, seguro.
Ya iban a dar las ocho, hora en que termina la visita y poco a poco se fueron despidiendo. Las salas empezaban a vaciarse y el silencio se iba apoderando de la planta entera. Yo también deseaba descansar, sobretodo para conciliar, si fuera posible, otro mágico y reparador sueño. Me trajeron la cena, después leí un poco y cuando empezaba a embelesarme acurrucándome entre las sábanas, escuché unos tímidos toques en la puerta, se abrió ligeramente y entró despacio un hombre en pijama de hospital, alto y desgarbado, cojeando se acercó hasta mi cama. Me sorprendió la belleza de su rostro simétrico y proporcionado, con encanto y personalidad. Me incorporé y estuve a punto de tocar el timbre, podía ser un chalado o un asesino, no se cuántas cosas pensé a la vez y mi cuerpo temblaba hasta las uñas de los pies. ¿Qué hace aquí?.. mi voz brotó tímida y quebrada ¿quién eres?... ¿qué quieres?. Me sonrió y comenzó a hablarme chaporreando el español con mucho acento francés, su atractiva voz era grave y profunda, a duras penas le pude entender que se llamaba Gilbert, tenía 34 años, cinco más que yo, vivía en un pequeño pueblo de la Bretaña francesa de nombre Lannion, con una hermosa playa... inconcientemente pensé en la playa de mi sueño. Dijo que me había visto varias veces recorrer el pasillo con mi gotero a rastras y se desconsolaba al verme rodeada de gente.
Oímos los pasos del enfermero de turno y rápidamente se despidió con un beso, apretando mis manos con delicadeza. Adiós Elena y se fue.
Esa noche no soñé, el rostro de Gilbert anulaba cualquier otro pensamiento.
Al día siguiente, en cuanto pude, le pregunté a Isabel por qué había ingresado Gilbert en el hospital y con una sonrisa un poco socarrona me respondió que había sufrido varios traumatismos al caer cuando escalaba el Teide en solitario. "Éstos giris locos", aunque muy guapo, ¿no?..¡Tiene enamorada a la mitad de la planta!.
Hoy, a las tres de la tarde me daban el alta, recogí mis cosas y salí de la habitación en busca de Gilbert, sabía que estaba en la 525. Toqué y entré, pero no había nadie, la cama estaba recién hecha y el cuarto limpio. Me dirigí al control de enfermería, pregunté por él y me dijeron que había pedido el alta voluntaria, se había marchado precipitadamente, pero había dejado una carta para mí.
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